Todos sabemos lo que son los bonsáis. Son esos arbolillos tan bonitos, tan monos ellos, tan decorativos... quedan tan étnicos en la repisa de la casa, y permiten entretenerse durante horas y horas. A quienes le resultan bonitos les atrae su pequeñez. Son más pequeños de los normal, luego son bonitos. Pero ¿porque son más pequeños de lo normal?
Los bonsáis no son una especie de árboles pequeños. Son árboles normales y corrientes, cuyo crecimiento ha sido constreñido a base de gordos alambres de acero y cobre. Cuando nace el árbol, se le impide desarrollarse normalmente, y al estar circunscritos al perímetro marcado por los alambres, no crecen todo lo que potencialmente podrían.
Por eso son bonitos. Porque han crecido menos de lo que debieran.
Quienes tienen bonsais, les gusta tenerlos porque perciben que tienen un cierto "control o poder" sobre ese pequeñito arbolín indefenso, que necesita los cuidados de su dueñ@. ¿para que ir al campo, a ver árboles en su ambiente, en su tamaño natural? Una persona no tiene control sobre uno de esos inmensos pinos o robles o baobabs. Pueden talarlos, sí o bien quemarlos. Pueden destruirlos, pero esos árboles no "necesitan" a la persona que los contempla para subsistir, crecer y vivir. Esa independencia de los árboles resulta ofensiva para algunas personas, que tienen cierto complejo de "reyes de la naturaleza y la creación".
En cambio los bonsais... son más "simpáticos". Los bonsáis necesitan los cuidados de su dueñ@. Si el dueñ@ no los riego, no les limpia las hojas, no los abona... entonces el bonsái muere. De alguna manera, la desvalidez del bonsái lleva implícita la súplica al dueñ@ para que lo cuide. “No me dejes, sólo, no me abandones, cuida de mí, que yo sólo sin ti no seré capaz de salir adelante”. Que lindos los bonsáis. Los bonsáis me necesitan, si yo muero ellos morirán conmigo porque nadie los cuidará. No como esos orgullosos y soberbios árboles del bosque o la selva, que si yo muriese, saldrían adelante sin mí. Que presuntuosos los árboles del bosque.
¿Qué es un bonsái emocional? Un bonsái emocional es alguien que, en el terreno de las emociones, le han puesto gruesos alambres a su alrededor para que no crezca, para que sea pequeño y débil, para que necesite los cuidados de los demás. Para que no aspire a tender sus ramas al viento, para que no disfrute del aire de las alturas y se conforme con los orines de la ras del suelo, para que tenga que dar las gracias cuando le den aquello que, si le hubiesen dejado crecer, sería capaz de conseguir por sí mismo.
¿Y quienes son los aberrantes creadores de los bonsáis emocionales?
No sólo unos padres inseguros, también lo hacen profesores, jefes, quienes dicen llamarse amigos, muchas veces la pareja.
Para convertir a alguien en bonsái, debe restringirse su crecimiento durante su niñez y adolescencia. Un adulto fuerte, difícilmente va a condicionar la forma de sus ramas en función de los alambres que le pongan. Harían falta, más que alambres, vigas de acero y hormigón armado.
La principal fuente de bonsáis son los padres inseguros. Esos padres que, o bien no han disfrutado su juventud y quieren disfrutarla otra vez a través del control total sobre sus hijos, o que son tan miedosos que temen que el bosque les haga daño. Padres débiles, quizá con algo de bonsái en su interior. Temen que si el hijo crece demasiado, les quite la luz del sol a sus pequeños padres, y les haga tomar conciencia de que se puede crecer más de lo que ellos han crecido.
Pero también están los profesores que han equivocado su profesión. Ser profesor de niños es tarea complicada, más creo yo que ser profesor de Universidad. Si no más complicada, al menos sí más crítica, y más sensible a fallos. Hay profesores de niños que ponen alambres y alambres alrededor de sus queridos alumnos. No todos claro. Menos mal que a lo largo de su vida escolar, el alumno tiene muchos profesores, y en el fondo la naturaleza parece que tiende a tomar lo bueno frente a lo malo, de manera que en los niños suele pesar más el entusiasmo y la vitalidad de los profesores, llamémosles humanistas, que los alambres de los profesores bonsayeros.
No estoy haciendo apología del libertinaje, de que al niño se le deje hacer de todo, de no educarlo ni de civilizarlo. No estoy diciendo que no haya que reñir al niño cuando tira piedras a un pájaro, o cuando corre cerca de personas mayores, pudiéndoles causar una caida a éstos.
El niño debe ser educado, hay que ayudarlo a controlar sus emociones, no puede hacer todo lo que quiera o todo lo que apetezca. La educación y la civilización consisten (entre otras cosas) en autocontrolarse en todo aquello que pueda hacer daño a los demás. No se deben tirar piedras de lo alto de un tejado para sentirse libre y realizado.
Pero una cosa es educar, y otra es poner alambres...
Los jefes en el trabajo también tienen cierta labor de bonsayeros, pero en menor medida. En general, cuando alguien empieza a trabajar, y no le han puesto alambres de pequeño, o ha roto los que le han puesto, es lo suficientemente fuerte como para que los alambres que les pongan no surtan efecto. Una persona libre no será emocionalmente sometida en el trabajo.
El problema derivará en que el jefe, que quizá sea padre o compañero de colegio bonsayero, cree que, independientemente de la edad de la víctima, puede seguir poniendo alambres. Si se los pone a los hijos, ¿por qué no ponerlos a ese joven soberbio que está aprendiendo por sí mismo, y demostrando que no necesita un jefe con experiencia para desarrollarse? Si el empleado saca adelante su trabajo sin los consejos de su jefe, este tumbará su trabajo y luego, que bueno que es él, le ofrecerá la mano para levantarse y hacer juntos lo que le impidió hacer sólo. “Es que necesitas de mi ayuda y mi experiencia. Tú solo no puedes hacer este trabajo”. Por supuesto que la víctima no se dejará, su crecimiento no se detendrá, los alambres se romperán y, en su fractura, arañaran al jefe bonsayero, que reaccionará con ira y se dirigirá con una sierra mecánica al soberbio árbol que se cree que puede crecer libremente (¿pero quien se ha creído que es?). Es cuestión de tiempo que esta situación derive en mobbing, tema estudiado en otros libros y tratados y en el que no voy a profundizar.
Los jefes bonsayeros pueden agravar el problema de los que ya arrastran alambres de antes, bien porque efectivamente lo han convertido en bonsái, bien porque no lo han conseguido pero los alambres han dejado cicatrices en el sentimiento de la víctima, y sentir el frío de éstos sobre su cuerpo los lastima más que a un árbol silvestre. No tanto porque efectivamente vaya a restringir su crecimiento, sino porque le trae amargos recuerdos de quienes impidieron su crecimiento de pequeño.
Son muchos, desgraciadamente, quienes pueden tener interés en convertir a un árbol pequeño en un bonsái (es de recalcar que no es lo mismo, a riesgo de ser repetitivo, un árbol pequeño y un bonsái).
Con todo, no se debe ser catastrofista. El hecho de que haya quien quiera ver convertido a alguien en bonsái no quiere decir que efectivamente se vaya a convertir en bonsái. Repito que, afortunadamente, los niños son más fuertes de lo que somos conscientes, a veces más que los baobabs pequeños, y los alambres se van rompiendo uno tras otro, y el árbol va creciendo, y cumpliendo etapas, y cada vez contempla la luz del sol más cerca de sí, cada vez tiene más hojas, y el calor que recibe en éstas conforme pasa el tiempo se va haciendo más y más reconfortante.
Pero antes de que eso suceda, el árbol ha tenido que pagar un precio.
Y ni que decir tiene que nunca un bonsayero reconocerá la fuerza de un árbol que ha crecido a pesar de los alambres, sino que calificará a éste de salvaje e incontrolado, de soberbio, de orgulloso. En secreto, puede que incluso sonría cuando un incendio forestal queme varios miles de árboles sin alambres. Al fin y al cabo, no son tan lindos como los bonsáis de su jardinera.
miércoles, 26 de marzo de 2008
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1 comentario:
Los bonsai son arte pena de aquellas mentes que no lo ven, no sufren no son animales ni tienen sentimiento y viven como marajas
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