Este blog es para el desahogo de un ciudadano que está cansado de que nos cuelen tantos engaños a casi todo el mundo. El único consuelo que me queda por ejercer es el de decir en voz alta "A MI NO ME ENGAÑAN".




Ya está disponible el ensayo
"Las Falacias que nos rodean", de distribución libre y gratuita.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Nadie hubiera imaginado...

Sorprendería comprobar lo poco que he tenido que cambiar este texto para adaptarlo al desastre nuclear de Japón. Dedicado a su autor, HG Wells, ferviente luchador de los derechos sociales, cuya obra literaria tiene como eje la preocupación por la tecnología mal empleada, preocupación que materializó en sus novelas de ciencia ficción, rama de la que se le considera padre.

Pocos hubieran creído, a principios del siglo XXI, que las cosas humanas fueran a cambiar tan drásticamente por fuerzas superiores a las del hombre, y sin embargo, durante un tiempo manejadas por éste, que mientras los hombres se afanaban en sus asuntos, la Tierra habitualmente dormida estaba próxima a despertar.

Con infinita suficiencia iba y venían los hombres por el mundo, ocupándose de sus asuntillos, serenos en la seguridad de su imperio sobre el átomo. ¡Es posible que las hormigas obren de igual manera antes de que un elefante pise su hormiguero!

Pocos imaginaron que de las terribles fuerzas de la naturaleza que han regido el Cosmos durante miles de millones de años pudiera sobrevenir un peligro tal para la civilización humana; ni se pensaba en las fuerzas nucleares más que para obtener beneficios inmediatos y a corto plazo, desechando como imposible que pudieran suponer un peligro para las sociedades. Es curioso recordar algunos hábitos mentales de aquellos lejanos tiempos en los que se pensaba en esta energía como algo barato y seguro. A lo sumo, algunos ciudadanos se figuraban que quizá podrían descontrolarse esas energías de manera puntual, pero estos pensamientos eran tapados y ocultos por las clases dirigentes y la ciudadanía desinformada, y las personas de las que manaban tachadas de catastrofistas. Ni siquiera recordando un precedente que hubo un cuarto de siglo antes, las sociedades escuchaban, pero que no se sabe muy bien por qué.

Sin embargo, desde dentro de la Tierra fuerzas de la naturaleza que son a las nuestras lo que las nuestras a las de una hormiga, despertaron para arrollar nuestro entramado de dominio aparente sobre la naturaleza, y con ello desatar otras fuerzas, fuerzas que estaba débilmente atadas, como un león por un cordel, fuerzas sólo parcialmente comprendidas e implacables que ejercen su dominio sobre la materia, pese a los múltiples y fútiles intentos de los hombres por conquistarla.

Y a principios del siglo XXI sobrevino la gran desilusión…

La energía nuclear, apenas necesito recordarlo, es el resultado de alterar la estructura de cierto tipo de átomos para convertir la materia en energía. Por aquellos tiempos se empleaba el uranio para generar electricidad en lugar de usar otras alternativas, algunas de las cuales ya se conocían por entonces. De la misma manera que los habitantes de aquella época pagaron el precio de que las generaciones anteriores habían talado los bosques, nosotros estamos pagando ahora el agotamiento del uranio que no podemos usar para fines. Pero esa consecuencia es lo de menos. Eran tiempos en los que se podía pasear fuera de las cúpulas y bañarse en el mar.

El hombre es tan vano, en su ciega vanidad, que pocos escribieron antes del siglo XXI el pensamiento de que el uso indebido de la energía nuclear podría acabar con una civilización entera.

Ni siquiera se comprendía en su totalidad la física nuclear, aunque los autoproclamados expertos pregonaran su dominio sobre los átomos su infinita seguridad.

Antes de juzgar con excesiva severidad a la madre Tierra, debemos recordar que nuestra especie ha destruido completa y bárbaramente, no sólo especies animales, como la del bisonte, sino razas humanas consideradas inferiores, como la de los tasmanios. ¿Somos tan grandes apóstoles de misericordia que tenemos derecho a quejarnos porque la Naturaleza aniquilara una buena parte de nosotros con sólo desperezarse?

Parece que la Tierra no tuvo en cuenta nuestras necesidades de obtener beneficios, ni se comportó de acuerdo a lo que necesitábamos para que nuestra sociedad prosperara sin necesidad de ninguna clase de autocontrol. Actuó de acuerdo a sus propias reglas, que no son otras que las de la Naturaleza, sin escucharnos ni preguntarnos.

Si las falsas democracias lo hubieran permitido, y el conocimiento técnico necesario se hubiera divulgado lo suficiente, habríamos asistido a asambleas mucho antes de que sucediera todo esto, y quizá no hubiera pasado lo que pasó.

Con el derecho que da el poder absoluto, un día la Tierra se movió y arrasó unas islas. Las arrasó con el movimiento de la Tierra, y con una enorme ola que barrió cuanto encontró a su paso. Entre otras cosas, con varios reactores nucleares.

Poco dijeron, sin embargo, los medios de comunicación al día siguiente acerca del peligro nuclear, limitándose a centrarse en los daños del temblor y el maremoto.

Me parece sencillamente increíble que la gente viviera al día siguiente como si fuera cualquier otro…

No obstante lo que terminaría sucediendo después, conservo el recuerdo preciso de aquella velada: los negros presagios de quienes intuíamos lo que podía suceder, y los llamamientos a la calma de los adlátares de quienes se beneficiaban de tener en continuo peligro a la humanidad, las continuas conexiones a la red de conocimiento de primer nivel, que se llamaba Internet. Los ministros hacían comparecencias, quizá empezaban a tener algún temor, pero más orientado a perder su posición que a que miles de inocentes pudieran sufrir algún tipo de consecuencia. Informándome por medios extranjeros, pues en mi país el apagón informativo fue brutal, iba tomando conciencia de que mis peores pesadillas se iban cumpliendo poco a poco, y el estado de las plantas nucleares dañadas empeoraba por momentos, a la vez que aumentaban las bajas humanas por la catástrofe. ¡Tan pequeña, tan etérea es la existencia humana!

“Las probabilidades de que explote una central nuclear son de una entre un millón” – dijeron algunos expertos. Millones de ciudadanos y cientos de analistas vieron el reactor explotar al día siguiente, pero todos los analistas coincidieron en que no había peligro grave. O al menos eso nos dijeron. Densas nubes de polvo se alzaban frente a los restos de la armadura destinada a contener esas terribles fuerzas, y avanzaban hacia el océano.

Finalmente, hubo un día que las evidencias de desastre fueron tan tremendas, que hasta los diarios despertaron con estas. Aparecieron aquí y allá y en todas partes crónicas con los accidentes nucleares anteriores, reportajes sobre los efectos de la radiación, y estudios sobre alternativas para abastecerse de energía, o ahorrarla. La mayoría de las gentes de nuestro tiempo difícilmente conciben el espíritu de censura que imperaba en nuestros periódicos por aquel entonces.

Esa noche, salí de paseo con mi esposa, mientras estaba escuchando la radio, que portaba conmigo. La noche era fresa. La radio, pese a todo, prestaba importancia a los deportes. Las ventanas de las casas estaban iluminadas parcialmente, señal de que muchos dormían ya tranquilos.

Yo no podía estarlo, y con el oído del lado por el que no estaba cogido de ella, escuchaba las noticias que retransmitían los medios extranjeros.

La inquietud debió reflejarse en mi rostro. Mi esposa me abrazó para tranquilizarme. “Japón está muy lejos. Aquí no tiene porqué pasar nada.” Y efectivamente, estábamos muy lejos de Japón. El ruido del tranvía llegaba convertido en melodía por la distancia y generaba un ambiente seguro y tranquilo. “Las probabilidades de que llegue la nube radioactiva a nuestro país son de una entre un millón” – repetía la radio. Todo parecía seguro y tranquilo.

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