Este blog es para el desahogo de un ciudadano que está cansado de que nos cuelen tantos engaños a casi todo el mundo. El único consuelo que me queda por ejercer es el de decir en voz alta "A MI NO ME ENGAÑAN".




Ya está disponible el ensayo
"Las Falacias que nos rodean", de distribución libre y gratuita.

miércoles, 20 de enero de 2010

Gente que admiro (V): La huevera

Me van a permitir que, entre el listado de gente que admire, cuele una persona que no es famosa, no ha salido en la tele ni en los periódicos, y para colmo, ni siquiera yo mismo sé cómo se llama, ni lo sabré nunca. El destino, queriendo cebarse en ella, parece que quiere que la única manera que yo tenga de referirla sea con el calificativo que ella misma se puso, y con el que a mi abuela la oía llamar. Un calificativo con tan escaso glamour como suerte tuvo ella en la vida, y que da título al post.

Era la huevera cuando la conocí una mujer mayor, muy mayor. Anciana curtida, de esas que tenían arrugas marcadas por la frente como si el tiempo fuese un arado, maldito arado que deja surcos no sólo en la piel sino también en otras partes de nuestro ser. Caminaba totalmente agachada, su espalda formaba casi un ángulo recto con sus piernas, que se movían desordenada
pero firmemente, sosteniendo no sólo su peso sino el del fardo que llevaba encima y que la acompañaba cada vez que venía para "la ciudá". Moño en el que recogía su pelo gris, y vestido negro de perenne luto conformaban su indumentaria.

Viuda y con su progenie perdida, tuvo que hacerse cargo de dos nietos, creo que la hija o el hijo murió junto con su cónyuge, entiendo que debió ser un accidente de tráfico, pero no lo sé, nunca llegué a enterarme. Era una familia compuesta por ella, y sus dos nietos, un hijo y una hija.

Conocía a esta mujer, porque de vez en cuando venía a casa de mi abuela, a vender los productos del campo. Tenía una huertecita en un pueblo, no sé cual, donde cultivaba coles, lechugas y alimentaba bastantes gallinas que le daban una abundante provisión de huevos que solía vender en la ciudad, y con la que se sacaba unas perras. Unas miserables perras, o duros como ella usaba, porque no era de pesetas, era de duros... Recuerdo a mi abuela, que siempre le daba más de lo que pedía por la mercancía, preguntándole el precio de una inmensa col, "doce duros", mientras mostraba, orgullosa, la mercancía en una mano, y hacía aspavientos con la otra para magnificar la calidad del producto, pero siempre sin mentir. Maestra en el aprovechamiento y el reciclaje, le pedía a mi abuela que le guardara el pan duro "para alimentar a los pollos". Normalmente salía de casa de mi abuela más cargada que entraba, soltaba una lechuga y una docena de huevos, y se llevaba una bolsa todo el pan duro que mi abuela le había guardado desde la última vez que vino. De hecho, la casa de mi abuela era siempre la última de la "ronda" de casas que visitaba, para no ir cargada por todo el trayecto con lo que mi abuela le daba.

Arando la tierra y transportando huevos del pueblo a la ciudad en autobús, y vendiéndolos casa por casa, esta mujer sacó adelante a sus dos nietos, en una edad en la que lo que le correspondería era estar disfruntando de una ancianidad medianamente tranquila, con achaques y alguna enfermedad, de los que nadie está libre a esos años, pero sin cargas. Y viviendo a través de la contemplación de cómo su hijo o hija está situado y educado. Al menos, tuvo el alivio de no tener enfermedades, que yo supiera. Quizá es que no podía permitírselo.

Cuando su nieta se casó, le dió los ahorros de toda su vida a su nieta para ayudarla a montar la casa. Recuerdo a mi abuela contándoselo a mi madre "Doscientas mil pesetas", o como creo que diría la huevera "cuarenta mil duros". Estamos hablando de finales de los ochenta. Toda una vida para ahorrar doscientas mil pesetas. ¿Tan poco vale el trabajo de toda una vida? ¿Tan mal estaba la nieta para aceptar esa cantidad? Porque esa es otra, no entiendo cómo la nieta aceptó ese dinero... pero de esto prefiero no hablar porque me pongo de mala leche, y no he abierto este post para escupir culebras, sino para expresar mi admiración por esta mujer.

Cierto día dejó de venir... Sin teléfono en su casa, ni familiares que conociéramos, sólo pudimos suponer una cosa. Curiosamente, nunca llegamos a hablar del tema en la casa, o al menos no lo recuerdo. Quizá queríamos creer que sólo estaba mala o más achacosa que de costumbre, y que esa semana no había podido ir, pero más adelante volvería.

Creo que no hay caso más apropiado que ella para tener en su esquela la expresión "DESCANSE en paz". Se lo merece.

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