Este blog es para el desahogo de un ciudadano que está cansado de que nos cuelen tantos engaños a casi todo el mundo. El único consuelo que me queda por ejercer es el de decir en voz alta "A MI NO ME ENGAÑAN".




Ya está disponible el ensayo
"Las Falacias que nos rodean", de distribución libre y gratuita.

lunes, 18 de enero de 2010

Gente que admiro (I): MIkhail Gorbachov

"Yo soy yo y mi circunstancia", dijo el escritor. En la palabra circunstancia se encierran el sitio donde nacemos y crecemos, el tiempo en que vivimos (que todos deseamos no nos toquen los "interesantes" a los que hace referencia la maldición chino), pero sobre todo, las personas con las que interactuamos. Gente que nos aporta, que nos muestra, pero también seres humanos sobre los que nosotros influimos, y que cuando lo hacemos bien y contribuimos a su felicidad, nos hacen sentir que somos mejores personas.

La aldea global, la sociedad de la información, hace que muchas personas de las que, en otros tiempos, apenas habríamos oido nada, se cuelen a veces poco a poco, a veces de sopetón, en nuestras vidas. Personas que posiblemente no nos conocen ni nos conocerán, pero nosotros a ell@s sí... Y que, en cierta medida, influyen en lo que somos o queremos ser.

Me abstengo de hablar de quienes influyen para mal, de las arpías que van sembrando maldad, de los adlátares de belcebú que pululan nuestro diminuto punto azul, y quiero hoy centrarme en esas personas famosas, que todos conocemos, y que contribuyen a que, a día de hoy, aún tenga algo de fe en la humanidad.

Inicio con esta introducción una serie de post, que voy a titular "Gente que admiro", y la inicio con Mikhail Gorbachov

Hasta donde me llega la memoria, la primera persona a la que admiré fue Mikhail Gorbachov. Corrían los tiempos de la guerra fría, la revista Muy Interesante (que por aquel entonces era interesante) hacía reportajes con detallados listados sobre los efectos de una explosión termonuclear, en la televisión proliferaban las miniseries y películas sobre una hipotética tercera guerra mundial, y entre las preguntas que les hacía a mis padres, en mi afán por aprender y conocer lo que era el mundo, estaban "¿Qué es el telón de acero?" o "¿Porqué hay dos alemanias?".

Tomada conciencia básica de lo que, por aquel entonces, era la estructura geopolítica del mundo, empezó a asomarse por la televisión un señor algo gordito, con una llamativa mancha roja en la cabeza. "Ese es el nuevo jefe de los rusos" - o algo parecido, me decía mi abuela, cuando entre cliks y muñecos de la guerra de las galaxias miraba la televisión, en esa edad en la que sigues jugando e inventando fantasías, pero a la vez te llama la atención, cada vez más, el mundo de los adultos. Y a mí, que algo sabía ya sobre el armamento soviético y telón de acero, me resultaba sumamente extraño que alguien con cara de tan buena persona, pudiera estar al frente de ciertas barbaridades.

Cuando eres niño y aún los cuentos tienen algo de cierto en tu mente, te vienen al recuerdo las moralejas en las que los malos se dan cuenta de que se están portando mal, y rectifican... Cuentos en los que la victoria para el bien, cuando no viene del brazo del héroe porque el malvado es más fuerte, viene del efecto que la palabra del protagonista ejerce sobre el malo, fruto de la cual renuncia a ejecutar su triunfo.

Y aunque ya no te los crees del todo, porque has tenido ocasión de comprobar (muchas veces) que los malos no siempre rectifican, aún te queda la esperanza de que algo de verdad haya. Y esa esperanza fue alimentada cuando, en mis primeras lecturas de periódicos, leía sobre las conversaciones para el desarme con EEUU.

Pero no era optimista, a pesar de todo. Para mí, era alguien muy bien intencionado, pero el tema del "bloque soviético" lo tenía tan interiorizado... era como si percibiera que había algo con más influencia que Gorbachov, algo que él no podría cambiar aunque quisiera. Pero resultaba gratificante cada vez que llegaban buenas noticias del otro lado del muro, que dejaban traslucir un cierto cambio de rumbo, un soplo de esperanza.

Pasaron varios años hasta que cayó el muro, y en cascada una buena colección de dictadores. El jefe de "los malos" había rectificado, y los villanos que no quisieron rectificar, morían a manos de los oprimidos. Con cierta alegría por mi parte, debo reconocer. Ya no era tan niño y estaba harto de que siempre perdieran los mismos. Ver a Ceaucescu fusilado por su pueblo era el final lógico a todo aquello.

Más tarde vino el golpe de Estado en la URSS, y el sueño se acabó. Pero al menos una parte de la estructura represora se había difuminado.

Poco después, en la Expo92 de Sevilla, mientras caminaba con unos amigos por una de las modernas y cosmopolitas calles que separaban unos pabellones de otros, percibimos un gran revuelo. Para mi sorpresa, tenía ante mí a Gorbachov en persona, con el rostro visiblemente más triste de lo que solía tener cuando salía por la tele... No tenía lápiz ni bolígrafo, pero me asaltó el inmediato deseo de ir hacia él y probar suerte para pedirle un autógrafo, por si él tuviera con qué firmarlo. Antes de que reaccionara y me moviera, una mujer se abalanzó sobre él, con los brazos abiertos... llevaba escrito en la cara que quería abrazarlo, darle el abrazo más fuerte que posiblemente jamás le hubieran dado, pero un policía del cordón que lo rodeaba se lo impidió. No dejaban que nadie se acercara a él, pero hasta ese momento no me di cuenta de la presencia de policías, así que sin bolígrafo y sin posibilidad de acercarme, no pude pedírle el autógrafo. Pero me quedé un rato mirándolo, de hecho, hasta que se introdujo en un pabellón y desapareció de mi vista.

Sólo le he pedido autógrafos a dos personas famosas, aunque me he cruzado con más de una docena. Una es Gorbachov, la otra, en la que sí lo conseguí, no viene al caso (de momento). Las demás... futbolistas, cantantes, actrices, políticos... por muy buenas que sean en su profesión, no dejan de ser eso. Profesionales. Y los políticos ni siquiera eso. No siento ningún interés en pedirles un autógrafo...

No hay comentarios: