Quizá llegue tarde porque a estas
alturas ya se ha escrito mucho sobre Uber y sobre el taxi. Sin embargo, me he
animado a poner esto por escrito porque, quienes me han escuchado argumentar,
dicen algo parecido a “no tengo claro si estás a favor de los taxistas o de
Uber”.
Lo que va a leer no es un
posicionamiento defendiendo uno de los dos bandos. Esto es un escrito
defendiendo la lógica, la justicia, y la igualdad de normas para todos. Eso
implicará en unos casos defender una cosa, en otros otra, pero siempre tratando
de ser coherente. Y es que yo estoy abierto a muchos conjuntos de ideas,
siempre que sean coherentes. No soporto la incoherencia ni las contradicciones.
Y en todo este “debate” que ha surgido en torno al taxi y a las VTC hay una
maraña de contradicciones y conceptos que están creados para crear confusión.
Tengo que reconocer que me ha costado crear un hilo conductor que permita
seguir con facilidad y linealidad la verdadera lógica de los conceptos, y las
falacias creadas en el momento, y dudo de si lo he conseguido.
Cuando hablo de Uber, entiéndase
que hablo de Uber y Cabify. Lo hago así para hacer más ágil el texto.
No quiero comenzar sin antes hacer
constar que algunas de las ideas que aquí se vierten han surgido en
conversaciones con Francisco Macías Benigno.
El taxi y el VTC son dos cosas
distintas, esto es fundamental aclararlo. Tienen elementos en común pero son
dis-tin-tos. También una zapatería y una farmacia tienen elementos en común.
Tienen escaparates, cajas registradoras, licencia de apertura, iluminación en
el local, y a ambas se les exige que tengan una higiene mínima, pudiendo ser
cerradas si una infestación de cucarachas correteara alegremente por entre sus
clientes. Pero una zapatería no puede vender antibióticos, aunque tenga
escaparates como una farmacia, y puedan tener música de fondo, como una
farmacia. No estoy diciendo que las zapaterías sean ilegales. Pueden ejercer su
actividad, pero eso. SU actividad, no la de farmacia.
Al Taxi y las VTC les sucede algo
parecido. Tienen cosas en común, pero son cosas distintas. Ambas desplazan
personas, en coches con ruedas. Los coches son conducidos por personas, y sus
conductores suelen tener dos ojos y cinco dedos en cada mano. En un coche VTC y
un taxi puede haber una radio de fondo. No se puede negar que tienen cosas en
común. Pero no son lo mismo.
El servicio de taxi es un servicio que consiste en que cualquier
persona pueda montarse en un taxi, por el motivo que sea, en el momento que
sea, donde sea, y sin previo aviso. Si a Pepe le llaman para hacer sobre la
marcha una entrevista de trabajo de una empresa en la que entregó el CV cinco
días antes, y no tiene coche pues se le averió el día anterior, puede llamar a
un taxi y montarse en él, antes de colgar la llamada en el que le hacen la
propuesta para la entrevista. Sobre la marcha. No necesita avisar diez días
antes a Teletaxi y decirles “oye, que
dentro de diez días me van a llamar para una entrevista de trabajo en una
empresa para la que aún no he entregado el CV, así que venid a recogerme porque
dentro de ocho días se me estropeará el coche y no podré ir en él”. No es
necesario que haga ese ejercicio de adivinación porque está usando un taxi, y
es algo que se puede solicitar donde y cuando se quiera.
El VTC es el alquiler de vehículo con conductor. Y es algo que implica
cierta planificación. Si estás organizando una gala cinematográfica, puedes
contratar tres meses antes a seis VTC para que vayan al aeropuerto a recoger a
los actores y productores invitados. O si te vas a casar en una iglesia del
centro, queda poco elegante ir en taxi. Mejor ir en un cochazo, con su
conductor. Si te casas tal dia de tal mes del año que viene, pues reservas tu
VTC para ese día.
Taxi y VTC son conceptos ambos
legales, pero distintos. Quien diga que las VTC son ilegales, miente. Quien
diga que las VTC pueden hacer de taxistas, también miente. Por lo tanto, los
dos “bandos” tienen ya la primera en la frente, y los periódicos, en general,
no han ayudado de deshacer el entuerto. Pero sigamos.
¿Cómo se accede a alguno de esos
sectores?
De manera muy resumida, ambos
servicios requieren, para su ejercicio, de la adquisición de una licencia, y de
tener un vehículo que cumpla unos requisitos técnicos. Las licencias de los
taxis las conceden los ayuntamientos, y para ello hay que desembolsar
cantidades que suelen ser, o solían ser, elevadas. Estamos hablando del entorno
de los 100.000 euros. Las de las VTC, las conceden las Comunidades Autónomas, y
el precio que hay que abonar es mucho más reducido (en torno a 50 euros). En
ambos casos se pueden revender, y así está previsto en la ley del Transporte.
El número de licencias, en el
caso del taxi, están limitadas en cada ciudad. Es por eso que, todo aquel que
quería ejercer el servicio de taxi, debía adquirir una licencia a otro que ya
tuviese una, o bien esperar a que el ayuntamiento decidiera ampliar el número
de licencias de taxi. En ambos casos el precio era muy elevado, dado que es una
concesión que tiene mucha demanda y poca oferta.
Con la VTC no existía ese
problema, el coste de acceso a la licencia para operar era una cantidad
pequeña. Si bien era posible acudir a la reventa, no tenía sentido, pues el
coste de adquisición de una a la CC.AA era pequeño. Además, las VTC, hasta no
hace mucho, no tuvieron limitación en su número. Sin embargo, desde hace pocos
meses, las CC.AA dejaron de concederlas. En ese momento, sucedió que las únicas
licencias disponibles eran las ya emitidas, y dejó de haber la posibilidad de
ampliar el número. Entonces lo que sucedió es que los precios de las VTC en las
reventas se dispararon. Lo que algunos compraron por 40 euros, empezaron a
revenderlo por 60.000. Negocio redondo.
Una importante diferencia entre
taxi y VTC es que los taxistas tienen
ciertos privilegios, pero también obligaciones. Es lo que sucede en los
monopolios regulados. Por ejemplo, el sector del taxi (entendido como
conjunto), está obligado a mantener unos servicios mínimos. Si te llama tu
hermana porque tiene un ataque de nervios tras haber estado a punto de
atragantarse con las uvas en nochevieja, puedes llamar a los servicios mínimos
del taxi y te llevarán a casa de tu hermana. Si no se cumple ese servicio
mínimo, están cometiendo un delito, y si tienes pruebas, puedes denunciar. A
cambio de esa obligación de mantener a un taxista operativo en nochevieja,
tienen el privilegio de que nadie puede competir con ellos.
Por el contrario, si te enteras
que tu cantante favorito va a llegar al aeropuerto de tu ciudad a determinada
hora de dentro de diez días, puedes intentar contratar un VTC con antelación
para que te lleve al aeropuerto ese día, pero podría suceder que ninguna
empresa de VTC atendiera tu solicitud, y ningún coche VTC te llevara al
aeropuerto. Las empresas VTC no estarían cometiendo un delito. Aunque tuvieras
pruebas de ello, en el juzgado eso no se admitiría a trámite pues no existe
obligación de atender servicios por parte de las VTC. Y es que las VTC, por su
carácter de necesidad planificada, no pueden recibir el calificativo de urgencia.
Finalmente, Uber es una empresa que posee una App que permite poner en contacto
a un cliente que desea un servicio de transporte, con un conductor que conduce
un coche habilitado para ejercer de VTC. El servicio lo presta un conductor con
una licencia VTC que le cede Uber, y es Uber quien le comunica la información
de los clientes que debe recoger.
El conflicto surge porque, al parecer, en
múltiples ocasiones los clientes acuden a Uber para que conductores de VTC
hagan servicio de taxi. Es decir, para que de manera improvisada y sin previo
aviso, te lleven a determinado sitio. En el centro de todo esto está la
necesidad de definir mejor la diferencia entre taxi y VTC a efectos legales.
¿Qué es un servicio inmediato y qué uno planificado? ¿El que se pide con cinco
minutos antes es planificado? ¿El que se pide dos días antes? Al parecer eso no
estaba suficientemente regulado, y tras los recientes conflictos, se ha
establecido un tiempo que ronda el cuarto de hora. A Uber no le parece
suficiente, amenaza con irse (pese a que ha venido aquí para quedarse), y hace
campaña pidiendo liberalizar el
monopolio del taxi. Y surge entonces la necesidad de explicar nuevos conceptos.
Un monopolio es un sector de la
economía que es ejercido por un agente económico, o una serie de agentes que
actúan de manera común, y contra los que nadie puede competir.
El carácter de monopolio puede venir
dado de varias maneras. Las opciones que se estudian clásicamente son estas
dos.
·
Monopolio
regulado. En este caso, podría haber empresas compitiendo, pero por ley, el
Estado le otorga el monopolio a un solo agente. A modo de ejemplo se pueden
citar el taxi y las distribuidoras de electricidad. Hasta tal punto es regulado
el segundo, que en el BOE se publican las empresas que pueden ejercer como
distribuidoras, y sólo ésas pueden hacerlo. En el pasado, hubo monopolios que
hoy día ya no lo son, como la distribución de carburantes, o la telefonía.
·
Monopolio
natural. Sin que sea necesario que una ley otorgue el monopolio, un agente
se erige como tal de manera “natural”. En los monopolios naturales, es posible
que éstos no controlen la totalidad del sector, pero sí un porcentaje tan
elevado que las alternativas son testimoniales. Puede suceder por varios
factores. Sucede en sectores donde la inversión es tan elevada, que sólo un
agente económico puede hacerlo. Es el caso de la fabricación de aviones de
pasajeros. Sólo hay uno en Europa. También si se precisa una tecnología tan
compleja, que sólo una empresa ha sido capaz de desarrollarla. Fue lo que le
pasó durante un tiempo a General Electric con las bombillas. Ambos factores se
suelen entrelazar, como por ejemplo el caso de Intel en la fabricación de
procesadores. Un tipo específico dentro de los monopolios naturales, es lo que
llamo el monopolio espermatozoide. Es
algo característico de la era digital, de internet. Es un fenómeno que consiste
en que el monopolio lo alcanza quien primero desarrolla el producto. La
interconectividad hace que la masa crítica de usuarios crezca a tal velocidad, que
nadie que llegue después pueda arrebatarle el primer puesto, pues cuenta mucho
más alcanzar el número de usuarios ya existentes, que la calidad del producto.
Se pueden mencionar como ejemplos Whatsapp y Youtube. Las aplicaciones que se
usan son las que son, porque fueron las primeras en desarrollarse en el ámbito
de sus funcionalidades, pero no porque sean las mejores. Ninguna de las que ha
llegado después ha conseguido arrebatarle el primer puesto.
Personalmente, me he permitido
añadir otro tipo de monopolio, de mi cosecha:
·
Monopolio
encubierto. Es lo que ocurre cuando, teóricamente, el sector está
liberalizado, pero los requisitos para acceder son tan complejos por motivos
normativos, que se convierte de facto en monopolio. Es lo que sucede en la
banca española. Ninguna ley dice que los bancos sean un monopolio otorgado a
determinados bancos. Teóricamente, cualquier “emprendedor” podría tratar de
montar su propio banco. Pero si lo intenta, podrá comprobar que la dificultad
normativa y las exigencias ocultas lo hacen imposible, así como la cantidad de
dinero necesaria. ¿No se han dado cuenta de que el único sector en el que China
no tiene presencia en España es la banca? ¿Alguien cree que lo que no ha sido
capaz de conseguir el Fondo de Inversión Estatal Chino, puede conseguirlo un
emprendedor español que esté firmemente convencido de que el universo conspira
en su favor?
A su vez, un monopolio puede ser
distribuido. Es el caso, y voy adelantando algo, del sector del taxi. Nadie
puede competir con el sector del taxi
en su conjunto, aunque haya muchos taxistas. Es un monopolio con sus reglas, y
todos los taxistas deben seguirla. Tarifas, horarios... Si voy a una parada a
coger un taxi, debo coger el primero que está libre. No tengo la opción de
elegir. No puedo montarme en el taxi de detrás porque me ofrezca un descuento. Entre
otras cosas porque tiene prohibido ofrecer descuento, pues en el sector del
taxi los precios están regulados.
Normalmente, entre las opciones
de liberalizar y ejercer un monopolio, suele haber muchos grados intermedios.
Si hay una única empresa de telefonía, eso es un monopolio indiscutible. Si hay
tres bancos, estrictamente no es un monopolio, sino un oligopolio pero sus
clientes, millones de ciudadanos, están indefensos. Si hay quince operadores
telefónicos, ahí quizá si pueda haber algo de competencia. Si hay tres millones
de desempleados que están dispuestos a hacer envíos de paquete en bici por el
importe de un bocata, ahí hay una competencia indiscutible y feroz y la
liberalización es absoluta. Su único cliente, la App que gestiona esas carreras
en bici, tiene donde elegir en medio de tan amplia competencia entre riders.
En cualquier caso, quienes dicen
que el taxi es un monopolio tienen razón, pero quizá no lo tengan cuando de ahí
sacan algunas conclusiones extrañas e incoherentes.
Por favor sigan leyendo.
A continuación vamos a explicar la
diferencia entre una actividad legal y otra ilegal. Esto no debería requerir
ninguna aclaración, pero el nivel de intoxicación informativa en los medios
españoles es tan penoso, que sí que se hace necesario. Así que aclararé que una
actividad legal es aquella que se puede hacer de acuerdo a la normativa, y la
ilegal es la que no se puede hacer o está prohibida. Por ejemplo nadie, absolutamente
nadie puede, legalmente, coger en un descuido del cajero un fajo de billetes
del supermercado, y salir corriendo. Eso es delito. Por el contrario, es legal
respirar (de momento). Está permitido. Todos pueden respirar sin que eso sea
delito, y no se exige ningún requisito legal previo.
Esto es matizable, puesto que “lo
que se puede hacer”, a veces sólo pueden hacerlo unos, y otros no, es decir, hay
otras actividades que son legales, pero sólo para determinadas personas. Es
legal conducir un coche, pero eso no puede hacerlo todo el mundo. Se necesita
el carné de conducir. Y es legal extraer muelas, pero eso sólo puede hacerlo un
dentista, no puede hacerlo un fontanero, aunque tanto el dentista como el
fontanero usen un foco de luz para iluminar aquello en lo que están trabajando.
Si alguien conduce sin carné,
comete un delito. Si alguien extrae una muela sin ser dentista, comete un
delito. Sin alguien expide medicinas sin ser farmacéutico, comete un delito.
En el carácter delictivo, o no,
de un acto, es indiferente el medio por
el cual el delincuente ejecute algunos de los pasos necesarios para cometerlo.
Por ejemplo, si yo me anunciara como dentista pegando un cartel en la parada de
autobús, y alguien acudiera a mí, y yo le sacara la muela, estaría cometiendo
un delito. Si me anunciara en muchosanuncios.com, y alguien contactara conmigo
y le sacara la muela, también sería delito. Y si desarrollara una App, para que
todo el que se quisiera sacar una muela contactara conmigo, el acto de sacar la
muela sin ser dentista, también sería delito. Cartelito de papel, anuncio en
internet o App, todos esos medios serian elementos auxiliares en la comisión de
un delito. No es necesario regular todas las maneras en las que delincuente, colaboradores
necesarios y victimas coinciden. Basta con que esté regulado lo que es el
delito, el acto delictivo. No hay vacío
legal.
Cierto es que el hecho de que
algo sea ilegal no implica su inmediata detención por la policía, pues ésta
debe tener medios para efectuarla. Si los narcos tienen una lancha más rápida
que la guardia civil, éstos no pueden detenerlos, aunque sea delito. En estos
casos en los que los delincuentes tienen más medios que la policía, la solución no es legalizar el delito por
no poder detenerse a los
delincuentes. Imaginemos que los periódicos dijeran que “puesto que la Guardia Civil no es capaz de
detener a los narcos del Estrecho, lo que hay que hacer es legalizar el
narcotráfico, porque el narcotráfico es imparable, y ha venido aquí para
quedarse”. Sería aberrante, y un escándalo, ¿verdad? En esos casos lo que
hay que hacer es dotar de medios a la policía para que ejerza su labor, pero lo
que nunca se debe hacer es legalizar el delito porque no pueda perseguirse.
Y eso es extensible a las Apps.
Si alguien sacara una App llamada MyPaliza, y se usara para contactar con matones
que le dieran una paliza a quien se le encargara, esa App sería ilegal, y sus
delitos habría que perseguirlos. Habría que solicitar a los servidores de
internet españoles que retiraran esa App de la descarga. Habría que detener
como cómplices a todos los que se la hubieran instalado en su Smartphone. Etc.
Justificar un delito, o invitar a la resignación porque se comete con la ayuda
de una App es aberrante.
Y voy a explicar otra evidencia:
A estas alturas, el Estado dispone de medios para intervenir las comunicaciones
y el tránsito de datos por internet a un nivel bastante elevado. El Estado
tiene la capacidad no sólo legal sino también tecnológica, para impedir que se
ejecute en España ninguna App que ejerza una actividad ilegal. No existen las Apps imparables. Todas
las Apps que operan en España son “parables” si algún juez o autoridad
competente así lo dicta. Quienes dicen que Uber es una App imparable, o no
tienen ni idea de cómo funciona internet, o ni idea de cómo funciona el Estado,
o tratan de estafar a sus lectores.
Y también es aplicable a la
ejecución física del acto. No deja de llamarme la atención que el hecho de que
un conductor VTC ejerciendo de taxista no sea algo perseguido por ilegal.
Medios para hacerlo los tienen el Estado y los grandes municipios. Si no se ha
hecho no es porque no puedan. Es porque no han querido.
Apliquemos lo dicho hasta ahora,
al tema en cuestión. Si una empresa posee licencias VTC, puede operar como VTC.
No puede operar como taxi, pues es una cosa distinta, y esa cosa distinta es un
monopolio regulado (no natural). Si lo hacen están cometiendo un delito, pues
usar VTC como taxi es delito, independientemente de que cliente y VTC contacten
con un anuncio en el periódico, en internet, o con una App.
Aclarados los conceptos básicos, hagamos algunas
reflexionemos sobre el tema.
Una vez que se sabe reconocer
cual es la situación actual, entonces pueden plantearse cambios. El cambio que
dice proponer Uber es liberalizar el
sector del taxi. Esta es la pregunta del millón, y no voy a decir ni que sí
ni que no. Voy a aclarar lo que implica esta pregunta, y lo que no implica.
Liberalizar totalmente el taxi
sería permitir que cualquiera que tuviera coche, pudiera ejercer la actividad
de taxista, exigiendo algunos requisitos adicionales (como comunicación de la
actividad, o pago de una cuota o tasa). Pero tendría que ser eso, licencias de
taxi distribuidas sin límite ni cuotas, no licencias de VTC. Si queremos
liberalizar el taxi, tendrá que haber licencias de taxi fácilmente adquiribles
por cualquiera. Liberalizar el taxi no
es permitir que una licencia VTC haga de taxi, porque, recordemos, son
cosas distintas.
De hacerse bien, tendría que
hacerse, insisto, de manera que cualquiera pudiera operar como taxista
fácilmente. Si un requisito leonino se cambia por otro requisito leonino, eso
no es liberalizar. La liberalización implica no solo que el Estado renuncie a
ejercer el monopolio, o a concederlo administrativamente. La liberalización
implica que no debe haber obstáculos para que otros compitan.
Y en este momento es cuando hay
que decir que tanto el taxi como las VTC son monopolios. Los taxis son monopolio regulado, en régimen de concesión
municipal, y las VTC, en la
actualidad y en España, son un monopolio
encubierto.
Y esto es así porque en el
momento actual, no hay licencias disponibles VTC por parte de la mayoría de
CC.AA. Eso quiere decir que si por ejemplo usted desea unirse a la “liberalización”,
y ejercer de VTC, no podrá, salvo que Uber o Cabify se lo permitan. Sí, ha
leído bien. Usted no puede ejercer de VTC… salvo que encuentre alguien que le
revenda una licencia. Y al parecer, da la casualidad de que esas licencias han
sido adquiridas por “emprendedores”, que las ponen a disposición de Uber y
Cabify, las cuales dicho sea paso también han adquirido una elevada cantidad. Y
Uber y Cabify le ponen, como condición para que ejerza de VTC, que les pague
una comisión por cada carrera.
Claro, para que esto sea
rentable, a las VTC se les debe poder hacer de taxi, y es necesario que la
policía no lo evite. A aquellos “emprendedores” a los que les parezca mal que
la policía local detenga coches VTC haciendo de taxi, les diría que si tan poco
les gusta la policía, pues que no la llamen si algún día una pandilla de canis
le pega una paliza al lado del río. Y menos aún si para ello los canis han
usado la App MyPaliza.
Que quede claro que si una
empresa compra varias licencias, y decide publicitarse y gestionar sus clientes
a través de una App, pues es su decisión y no me opongo a ello. Pero si todos
los conductores VTC se ven obligados a usar esa App, entonces no hay un mercado
libre, porque hay un agente único, en este caso el propietario de la App.
Alguien puede pensar que sería un monopolio natural, un monopolio
espermatozoide, sin competencia porque es muy complejo que ésta surja. Pero no
es así. Su carácter de monopolio no viene dado por haber sido mejores o los
primeros, sino porque hay un requisito administrativo (el otorgamiento de
licencias VTC que no están disponibles), que hace imposible competir con ellos.
Tendríamos una situación en la
que teóricamente cualquiera puede competir en el taxi, pero en la práctica, al
no haber más licencias VTC disponibles, la única opción sería hacerse conductor
de Uber, y que ellos impusieran sus condiciones. La única competencia sería
entre conductores de Uber por ver cual de ellos es admitido como privilegiado
rider de Uber.
Si acepta “competir” con este
planteamiento, Uber fijará y fija las tarifas, lo que debe pagar como comisión,
etc. Y si un dia un conductor deja de caerles bien a los de Uber, pues de la
noche a la mañana le retirarán el alquiler de la licencia, y ya no podrá operar
como conductor VTC. Y entonces su flamante coche de alta gama en el que
invirtió tanto dinero para “emprender” y participar en la “liberalización del
taxi”, tendrá que dejarlo aparcado. Y si decide “ponerse chulo”, y salir a la
calle a recoger pasajeros, anunciándose en internet, cuando los potentes
buscadores de la empresa matriz de Uber detecten su anuncio, podrán usarlo para
denunciarlo a la policía. Y la policía lo detendrá, porque usted estará
cometiendo un delito: el ejercer una actividad para la que no estaba habilitado
por carecer de licencia. Y si su abogado defensor en el juicio alega que usted
y su cliente se pusieron en contacto con un anuncio en internet, y su abogado usa
como argumento para defenderle, que “ahí
hay un vacío legal, porque los anuncios por internet son imparables”, el
juez y el fiscal se reirán de usted en su cara, y lo condenarán
implacablemente, porque los medios de que se ayude un delincuente nunca lo eximen
del acto delictivo. Y al día siguiente, usted desayunará cabizbajo en el bar de
enfrente, y leerá con otros ojos esos titulares de periódicos económicos a
favor de la “liberalización imparable del taxi”, y quizá entienda que lo que se
quería hacer no era tan bueno, pero ya será tarde: Usted estará arruinado.
Quienes apuestan por liberalizar
el sector del taxi a efectos legales, deberían ser coherentes y apostar también
por liberalizar el sector VTC a efectos prácticos. Es decir, deberían pedir que
los ayuntamientos concedieran licencias de taxi con más abundancia, y pedir que
las CC.AA otorgaran licencias de VTC también con mayor abundancia, para que no
estén disponibles únicamente las que ya poseen las empresas mayoritarias. De
esta manera se liberalizaría el sector taxi, y el VTC, ambos monopolios por
motivos distintos.
Lo que sucede, en definitiva, es
que lo que se pretende, no es liberalizar el sector. Lo que se persigue es
trasladar el monopolio del taxi, a Uber. Pero con algunas salvedades. Principalmente,
que este monopolio no estará obligado a cumplir con unos servicios mínimos.
Olvídese de ir a casa de su hermana a impedir que su sobrino muera ahogado
porque se ha atragantado con la uva, si a Uber no le resulta rentable.
Otra importante salvedad son los
precios. Puede que ahora sea más económico Uber que un taxi, pero aquí invito a
hacer un ejercicio de la memoria. ¿Recuerdan cuando empezaron a proliferar
centros comerciales con multicines muy baratos, y la gente empezó a ir a ellos
porque eran más baratos? ¿Recuerdan lo que empezó a suceder cuando los pequeños
cines quebraron? Pues que los maravillosos centros comerciales subieron el
precio de las entradas. Me aventuro a pensar que algo parecido sucederá aquí.
Cuando todos los taxistas hayan quebrado, quizá Uber no sea tan barato. El alza
de los precios de los monopolios sin regular, eso sí que puede ser imparable.
Como inconveniente adicional diré
que aunque no lo hace ahora, Uber podría exigir a sus conductores que compraran
coches de determinada marca, la cual le pagaría a Uber las pertinentes
comisiones. Esto con el monopolio regulado del taxi no pasa. A los taxistas se
les exigen cosas, pero no que compren coches de un determinado modelo.
En general, hay que pensar,
cuando se toma una decisión de calado, estratégica, en cuáles son las
implicaciones en todo el ciclo de la misma.
Los taxistas pueden caer mejor o
peor. Y lo mismo se puede decir de los conductores VTC que operan aquí. Dejando
de lado los argumentos a favor y en contra de cada uno de ambos colectivos, lo
que está claro es que son personas que tienen que desayunar bollos, almorzar
garbanzos, comprarse camisas y tomarse una cerveza de vez en cuando con los amigos.
Todos esos gastos son gastos que se producen a nivel local, y generan
movimiento de la economía a nivel local. Son atendidos por camareros,
cocineras, dependientes locales. Eso quiere decir que, de cada cien euros que
un ciudadano se gaste en transporte, si esos cien euros se los gasta en un
taxi, o en una empresa VTC radicada íntegramente en España, esos cien euros
vuelven a la economía nacional. Por el contrario, si esos cien euros se los
gasta en transportes vía Uber, una parte de ese dinero (desconozco la cuantía
exacta, pongamos veinte euros) sale de España y va a las cuentas de la empresa
propietaria, que está ubicada en EE.UU, (el país que con tan malas artes trató
a España en la guerra de Cuba, si usted se considera patriota, por favor tenga
esto en mente). Ese dinero ya no vuelve. En relación con esto, me producen
arcadas aquellos politicuchos que, cuando tienen que elegir entre un sector
económico de trabajadores españoles, y una multinacional extractiva procedente
de EE.UU, se ponen de parte de la multinacional yanqui. Se ponen en contra de
los trabajadores españoles que se van a quedar en el paro.
Por todo lo que han leído hasta
ahora, puede que piensen que el que esto suscribe “está a favor del taxi”, pero
no es así. Estoy, como he dicho en la introducción, a favor de la lógica y en
contra de las falacias, y no soy de bandos. Y para demostrarlo, quiero explicar
por qué los taxistas llevan, en el pecado, la penitencia. Para ello tendré que
retroceder en el tiempo. Hasta 2011 concretamente. El año en el que surgió el
movimiento 15M. Esto es otro tema en el que habría mucho que hablar, pero
resumidamente, y quien diga lo contrario miente, el 15M surgió como un
movimiento integrador para luchar contra una serie de problemas que afectaban a
la inmensa mayoría de la gente: La corrupción política, la reclamación del
dinero que nos quitaron para regalárselo a los bancos, y otros más. No era un
movimiento de los problemas específicos de las feministas, ni de los problemas
específicos de los homosexuales, ni de los catalanes. Tampoco era un festival
de batucadas. No era de los problemas específicos de los veganos ni de los
hortelanos de Albacete. Era un movimiento que integraba la problemática básica
de la inmensa mayoría de la ciudadanía española. Fue un movimiento que se
oponía a la brecha de clases, al techo de cristal que impide que nadie de la
clase baja pueda llegar a ser consejero del Ibex, pues estos puestos están
reservados para personas mayoritariamente hombres y unánimemente de clase alta.
El 15M no fue un movimiento para
exigir paguitas a los que en él participaron (salvo que se llame paguita pedir
que te devuelvan lo que te han quitado).
Sin embargo, por culpa de la
propaganda castuza neofeudal, mucha gente sí que empezó a mirar este movimiento
con malos ojos. Empezaron a ser considerados como unos venezolanos que, con la colaboración
de Corea del Norte, pretendían establecer una dictadura comunista (y por lo
tanto atea), pero simultáneamente islamista iraní (ejem…).
La casta ganó, y el 15M
desapareció. El calificativo más suave que se le puede dar al que piense, a
estas alturas, que Podemos es heredero del 15 M, es que es un pardillo.
Ahora ya no hay movimiento de
reivindicación integrador, de trabajadores, de los de abajo para defenderse de
los de arriba. Ahora ya cada uno va por su cuenta. Las limpiadoras y los electricistas
ya no van juntos para protestar contra los sueldos de los consejeros y las
consejeras del Ibex. Ahora las limpiadoras se manifiestan para que les suban el
sueldo a las consejeras del Ibex, aunque el techo de cristal para las personas
de clase baja sigue existiendo.
¿Y qué tiene que ver el taxi con
todo esto? Pues que posiblemente sea el sector español que más se opuso al
movimiento 15M. Nunca, en el tiempo que duró el movimiento, pude ver ningún
taxista apoyándolo. En el 15M hubo gente católica (que lo sepan quienes dicen
que era un movimiento comunista y ateo de quemaiglesias), hubo empresarios de
sectores productivos de cierto calado, profesionales liberales, e incluso
policías. Pero taxistas, que yo sepa, ni uno. Era pasar en aquellos días junto
a una parada de taxis, y escuchar a los taxistas, con la radio sintonizada en
determinadas emisoras neocon, criticar a los hippies perroflautas que querían su paguita. Taxistas, periódicos y
televisiones castuzas, unos menos y otros más, pusieron su granito de arena
para acabar con el 15M. Dice una maldición china que “ojalá se cumpla lo que
deseas”, y es perfectamente aplicable a los taxistas. Los taxistas desearon que
el 15M acabara, y el 15M acabó. Pues bien, señores taxistas, esa es vuestra
recompensa: una sociedad civil desarticulada en la protesta. Una sociedad que
cree lo que dicen los periódicos y las emisoras libegales de radio. Ustedes contribuyeron a eso. Cuando alguien
montaba en un taxi y tenía dudas de si el 15M tenía razón o no, ustedes le
decían “la radio lo ha dicho bien claro,
¿Es que no la escucha? Esos quieren su paguita”. Y esa persona se bajaba
del taxi pensando “que razón tenía el
taxista. Menos mal que esa emisora de radio informa tan bien. A partir de
ahora, cuando tenga dudas en algún asunto, la sintonizaré, y opinaré lo que
diga esa emisora”. Y ahora esa emisora opina que hay que “liberalizar el
sector del taxi”. Y está en contra de ustedes, y a favor de Uber. Quizá lo
mínimo que deberían hacer es dejar de escuchar esas emisoras que están a favor
de Uber, ¿no? Y lo mismo es aplicable a los medios impresos. Los mismos
periódicos que criticaron el 15M, afirmando que lo que querían eran
privilegios, ahora critican a los taxistas. Los taxistas que entonces le daban
la razón a esos periódicos, y decían “es
verdad, que poca vergüenza, pedir privilegios y paguitas”, sin pararse a
pensar que, quizá, los periódicos mentían, ahora ven como la ciudadanía se les
pone en contra. Y los ciudadanos se ponen en contra de los taxistas, entre
otros motivos, por lo que dicen esos periódicos. Ahora los taxistas dicen “los periódicos mienten”, pero cuando en
el 15M le tratabas de explicar a un taxista que los periódicos mentían acerca
del 15M, te miraban con desprecio pensando “otro
que quiere su paguita”.
Otro pecado de los taxistas ha
sido identificar a los conductores VTC
como sus enemigos, cuando ellos también son víctimas. Y digo esto porque
Uber y Cabify exigen que los vehículos que operan con ellos sean de alta gama.
La inversión en el coche la hace el conductor, no estas empresas. El conductor
o emprendedor empoderado se gasta sus ahorros, paga el seguro, el combustible,
la tintorería del traje de chaqueta y todos los gastos. El conductor VTC
empoderado, el rider del coche de alta gama asume el riesgo de que pueda hacer
suficientes carreras como para cubrir gastos y poder vivir, pero Uber y Cabify
no asumen ese riesgo. Estas empresas se limitan a cobrar sí o sí con cada
carrera.
La inversión para el conductor de
Uber puede no ser rentable, y de hecho es difícil que lo sea. Pensemos que, por
regla general, los taxistas no son millonarios (salvo aquellos que poseen
varias licencias y las alquilan, pero este es otro subtema). Todos tenemos
algún vecino taxista que vive en un piso normal y lleva una vida normal. Pues
bien, los coches VTC suelen ser de gama más alta que los taxis, es decir,
tienen un coste inicial mayor, y un mantenimiento más costoso. Hacen menos
carreras, pues pese a la propaganda, la gente (de momento) usa más el taxi que
los VTC. El precio final es menor que el del taxi, y lo hacen así para ganar
cuota de mercado. Y del importe de la carrera, una parte se la queda Uber. En
consecuencia, veo difícil que pueda ser rentables.
Y si acaso en el presente fueran
rentables, en el futuro lo veo más difícil. Las licencias municipales de taxi
se conceden con cuentagotas, con sus ventajas y sus inconvenientes. Las
ventajas para los taxistas es que la demanda de taxi se reparte entre no
demasiados taxistas, que de esta manera pueden ganar para vivir.
Por el contrario, apostando por
el modelo de cederle a Uber de manera encubierta el monopolio, Uber puede
alquilar más o menos licencias de las que ya tiene. Tiene muchas en reserva con
las que no está operando. Si Uber quiere, puede aceptar a más conductores en su
seno, porque eso no le supone ningún coste adicional.
Las Apps ganan si o si. Cuando un
conductor VTC se arruina, se arruina sólo él. Cuando un conductor VTC se sale
de una App imparable porque se da cuenta de que no le conviene, la empresa
propietaria de la licencia VTC la pone disponible para otro emprendedor, para
otro rider de gama alta. Es decir, otro desempleado desesperado que se gasta el
dinero del finiquito de su último trabajo en comprarse un coche de alta gama
para “competir en el sector del taxi liberalizado”. Ese nuevo conductor VTC
hará las carreras que ya no hará el arruinado y escarmentado anterior, y ese
nuevo conductor pagará a Uber las comisiones que ésta dicta… hasta que se
arruine. Y entonces Uber le quitará la cesión de la licencia, y se la dará a
otro emprendedor. Uber nunca dejará de ganar, y cada rider de alta gama se
convierte en una cáscara de limón a la que se le ha sacado todo el jugo
posible.
¿Saben lo que nunca sucederá? que
todos los conductores arruinados constituyan una cooperativa VTC, por varios
motivos, principalmente dos: No podrían comprar las licencias VTC que
necesitarán, para su sorpresa por tratarse de un sector “liberalizado”. Y
además, si fueran demasiado insistentes (por ejemplo haciendo una acampada en
una plaza) en solicitar que se concedieran más licencias, ciertos periódicos
alertarían que tras las cooperativas de exconductores
VTC que operaban con Uber se oculta un intento de golpe de Estado. Se ha
detectado que reciben dinero de Venezuela. Es necesario limitar las licencias
VTC pues si no, las empresas que operan se irían a otra parte. Los
cooperativistas VTC lo que quieren es una paguita. Etc.
Para solucionar el problema, lo
primero es identificarlo correctamente. Es un problema de lucha de clases, en
la que la clase baja (taxistas, conductores de Uber y clientes) están siendo,
digámoslo suavemente, maltratados por las administraciones públicas y por Uber.
El enemigo de los taxistas es Uber como
empresa, no los conductores de Uber, que son víctimas colaterales de toda
esta estafa.
Hay otro hecho en toda esta
historia, y es que la limitación de las licencias VTC fue realizada a raíz de
las protestas de los taxistas, en las que pedían que se limitara el número de
estas licencias, en lugar de pedir que se impide a los VTC hacer de taxi.
Imaginemos que se ponen los dueños de zapaterías a distribuir antibióticos, y
los farmacéuticos le piden al gobierno que limite el número de zapaterías para
así reducir el impacto de la competencia ilegal. No tendría sentido. Pues eso
es lo que hicieron los taxistas. Se la colaron bien colada, y eso no lo van a
reconocer. No me imagino al sector del taxi diciendo “nos equivocamos, no era
esto lo que queríamos, nos engañaron”. Si anteponen el orgullo al mantenimiento
del orden jurídico del sector, posiblemente lo que consigan sea mantener el
orgullo, pero el orden jurídico del sector se venga abajo. Que de hecho ya está
pasando, vaya. Pero nada, antepongamos el orgullo, y sobre todo sigamos viendo
el enemigo en el conductor de VTC, no en una multinacional yanqui.
No quiero dejar de mencionar a las empresas VTC tradicionales de toda
la vida. Que se sepa, no han cometido ningún delito pues no han actuado como
taxis, sino como VTC, lo cual es legal en su ámbito. Puede que esas empresas no
sean tan innovadoras como Uber desde luego. Son más primitivas. En las
pleistocénicas empresas tradicionales de VTC llamas con tu Smartphone, y le
indicas al operario que esté atendiendo las llamadas que vas a necesitar un VTC
para determinada hora, de determinado día del año, en un cierto sitio. El
operario te dice el coste, y si te parece bien confirmas la petición, y si no,
la rechazas. Este anquilosado y obsoleto procedimiento palidece frente a la
alta tecnología futurista de Uber. Con Uber, a través de la App instalada en tu
Smartphone, abres en la App la solicitud de un VTC para determinada hora, de
determinado día del año, en un cierto sitio. La App te dice el coste, y si te
parece bien confirmas la petición, y si no, la rechazas. Si el lector compara
lo que hacen las empresas VTC tradicionales con lo que hace Uber, es evidente
que Uber es un avance tecnológico revolucionario de gran calado que no podemos
perdernos, pues supondría volver a la Edad de Piedra. Es un avance superior a la invención del fuego, de la
escritura, y de la penicilina. Y como ventaja adicional, Uber te exige tener un
Smartphone con tarifa de datos, mientras que con una VTC tradicional puedes
pedirla con un teléfono doméstico de consola, o un móvil en el que no tengas tarifa
de datos.
Ironías aparte, lo que está claro
es que Uber no cubre ninguna necesidad que no estuviera cubierta por las VTC de
toda la vida, y lo que también está claro es que las malas explicaciones de los
taxistas respecto al VTC han salpicado a aquellas empresas VTC que siempre han
hecho bien su labor, y ahora parecen ser malvados cómplices de su ruina, cuando
no tienen culpa de nada. Y aquí mi posicionamiento sí que es totalmente claro.
Estoy a favor de las VTC tradicionales, que operan como VTC y no como taxis, y
que están al margen de Uber. Cualquiera que de una u otra manera las haya
atacado, lo ha hecho de manera injusta.
·
El sector del taxi y el de las VTC son
distintos, y es ilegal que uno opere como el otro, aunque tengan elementos en
común.
·
Tanto el sector del taxi como las VTC son
monopolios. El taxi es un monopolio regulado, y las VTC son un monopolio
encubierto controlado por Uber y Cabify en su mayoría.
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Como monopolio regulado, el sector del taxi está
obligado a cubrir unos servicios mínimos. El VTC no.
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Los delitos hay que perseguirlos
independientemente de que se comentan usando como elementos auxiliares una
navaja, un anuncio en papel, en internet, o una App.
·
La policía tiene medios para incautar navajas, y
eliminar anuncios en papel, en internet, o Apps delictivas. No existen las Apps
imparables. Es un mantra falso. El Estado tiene medios para impedir que una App
sea operativa en territorio nacional. Si no se ha perseguido es porque no se ha
querido.
·
La aplicación Uber no aporta ninguna
funcionalidad que no aportaran las centralitas de las empresas VTC
tradicionales.
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La eliminación de monopolios a precio tasado
pueden suponer una rebaja en los precios, pero también un alza desmedida. Uber
es más barato hoy, pero puede ser más caro mañana.
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Los taxistas suelen ser españoles. Uber es una
multinacional yanqui. Cada carrera que se hace con Uber extrae dinero de la
patria. Quienes presumen de ser patriotas y apoyan a Uber son unos cínicos.
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Si se quiere liberalizar el taxi, habrá que
permitir que cualquiera pueda hacer de taxista. Crear las condiciones para
traspasar directamente el monopolio a Uber no es liberalizar.
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Quienes se creyeran a pies juntillas lo que
decían ciertos periódicos y ciertas emisoras acerca del 15M, y ahora les
parezca que esas emisoras y periódicos, en
este caso y sólo en este caso, están muy equivocados, deberían hacérselo
mirar. Va por vosotros, taxistas.
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El enemigo de los taxistas no son los
conductores de Uber y Cabify. Son las empresas Uber y Cabify como sociedades
anónimas. Tampoco son enemigos del taxi las empresas VTC tradicionales que han
operado con honradez.