Tras las elecciones presidenciales de Francia de este mes de Mayo de 2017, entre Jean Marie Le Pen y Emmanuel Macron, no he podido evitar traer a colacion un articulo que forma parte de "Las Falacias que nos Rodean", y que reproduzco a continuación:
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Esta falacia podría pensarse que es tan sólo un distractor, y
de hecho lo es, pero es mucho más que un mero distractor. Es un insulto proferido con rabia por la casta
contra todo lo que se le pueda oponer, y tiene una serie de connotaciones que la
hacen merecedora de apartado específico.
No hay dos palabras más usadas en la actualidad política que
“populismo” y “demagogia”. Las palabras más usadas no son desempleo, corrupción,
emigrados, censura, puertas giratorias, rescate bancario o desahucios, no. Son
“populismo” y “demagogia”.
A estas alturas no hace falta que diga que si esto es así es
porque así interesa que sea. Primero, porque cuando se habla de esos conceptos,
no se habla de lo que ellos no quieren que se hable, como el desempleo o la
corrupción. Pero es que además, esas dos palabras son una etiqueta que sirven
para criminalizar todo lo que no interesa, o más específicamente, todas las
propuestas que, siquiera mínimamente, tratan de revertir o paralizar el
latrocinio que está sufriendo el pueblo.
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Si los ciudadanos vamos a compartir las pérdidas
de los bancos, también queremos que se comparan los beneficios.
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Nooo, eso es demagógico y populista
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Las penas por corrupción política deberían
aumentarse, y no salir los culpables de la cárcel hasta devolver lo robado
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Nooo, eso es demagógico y populista
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Habría que prohibir las puertas giratorias para
reducir la corrupción política
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Nooo, eso es demagógico y populista
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Queremos poder autoconsumir nuestra propia
energía.
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Nooo, eso es demagógico y populista ILUSTRACIÓN 8
Todo aquello que se diga o proponga, y suponga una merma en
los privilegios de los castuzos, y todo aquello que sea una pequeña defensa del
patrimonio de las personas que aún no necesitan rebuscar en los contenedores y
pueden comer tres veces al día, todo eso es demagógico y populista. Si
perjudica a la casta, demagógico y populista. Cualquier medida de ahorro que
permite que tú te ahorres un euro que en un principio ibas a gastar en una
empresa del Ibex35, demagógica y populista. Si dificulta que un chorizo de
guante blanco robe mil millones de euros, demagógico y populista. Si molesta a los ladrones, es demagógico y
populista.
Relacionado con este hecho está el que, si nos guiamos por
los medios oficiales, la izquierda y la derecha no existen, sino tan sólo la
extrema derecha y la extrema izquierda, así como el centro. Por supuesto, a
todos los partidos que están en alguno de los dos supuestos extremos se les
califica como partidos populistas.
Personajes tan distintos como Hugo Chávez, Donald Trump, Marine
Le Pen, Varoufakis o Nigel Farage[1] reciben
el calificativo de populistas. Estos personajes son muy distintos, pero hay
algo que tienen en común. Sus propuestas, lleguen a buen puerto como en el caso
de Trump y Farage, fracasen como en el caso de Varoufakis y Le Pen, o se queden
a medias como en el de Hugo Chávez, son propuestas que perjudican al establishment
imperante. Unos atacan a la austeridad europea que sólo consigue que cada vez
haya más paro y la mano de obra sea más barata. Otro se opone al libre comercio
con China, la gran exportadora de mano de obra barata. Otro propone supeditar
el pago de la deuda a otras cuestiones más importantes como el que los seres
humanos coman tres veces al día. Alguno hay que pretende salirse del euro y
recuperar la soberanía monetaria.
Pero vamos a hacer un ejercicio de ser permeable a las
advertencias sobre los supuestos peligros de los que se nos advierte desde el
extremo centro. Admitamos que los
populismos son lo más peligroso que le puede pasar a un país. Más peligroso
que un paro desbocado, que perder la soberanía industrial y financiera, o que
la gente pase hambre. Admitamos el supuesto de que son más peligrosos que la
guerra. Si tan, tan peligrosos son los populismos, ¿entonces por qué el extremo
centro no rectifica sus políticas austericidas, para así evitar que la gente
vote a los populistas? De modo que en
aquellas ocasiones en los cuales la gente vota lo que hay que votar, y gana el
extremo centro por un 52% frente al 48% de los populismos, en ese caso la única
reacción que se puede contemplar en los impopulistas de extremo centro es que
descorchan una botella de champán para celebrar que tienen cuatro años por
delante para hacer exactamente lo mismo
que han estado haciendo, esas políticas que han llevado a un 48% de la
población a votar a los populismos,
sin rectificar ni cambiar absolutamente nada.
Eso ha pasado en Francia, donde ha estado a punto de ganar la “extrema derecha”
varias veces, y también en Austria en 2016 y en Holanda en 2017.
Luego, cuando al cabo de cuatro años se convocan de nuevo
elecciones, vuelven a alertar de los populismos, la gente vuelve a picar, y
ganan otra vez los impopulistas de extremo centro por un 51% frente a un 49% de
los populistas. Entonces vuelven a descorchar otra botella de champán y siguen
con sus mismas políticas de siempre otros cuatro años más. Por supuesto, de
nuevo, no rectifican absolutamente nada de sus políticas.
Tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe, y
cuando en algún referéndum o elecciones, por un 51% gana la opción populista del Brexit, el populista de Trump, o los populistas de Syriza, los impopulistas
de extremo centro se llevan las manos a la cabeza, y se preguntan sorprendidos, “¿cómo ha sido posible que venzan los populismos?” No se lo
explican. Debe ser que aún le dura la resaca de las botellas de champán que
descorcharon para celebrar sus victorias anteriores. Muy potente debe ser ese
champán para provocar borracheras de cuatro años.
Volviendo otra vez sobre el supuesto de aceptar que la
derecha y la izquierda a secas no existen, y sólo existen los extremos, en el
fondo hay que reconocer que bien pudiera ser verdad.
Comencemos por la derecha. Dejando de lado si es lo correcto
o no, y de críticas tópicas, la derecha se supone que es el conjunto de
partidos y organizaciones que anteponen los intereses nacionales ante cualquier
otra consideración. Empresas nacionales, cultura nacional, historia nacional… España
lo primero. Desde luego, en España, parece que no hay ningún partido político
que quiera defender la industria nacional. No conozco ninguno que tenga, al
menos como concepto teórico en su programa electoral, la recuperación de la
industria. Textiles, jugueteras, acereras… Y no sólo recuperar la que se
perdió, o crear otras nuevas, sino al menos no fastidiar a la existente, a la
que aún sobrevive. No hay un partido de derechas que decida dejar de comprar a
los socios del ISIS, y acometa el objetivo de una España libre… libre de
petróleo. Santiago y cierra España. Cierra España con nuestro sol y nuestro
viento, dando trabajo a españoles gracias a la tecnología española con empresas
españolas que pagan impuestos en España y reparten dividendos a los ahorradores
españoles. No veo esa derecha. No existe.
Tampoco hay partidos que promuevan la divulgación de nuestra
cultura, y por cultura no me refiero
a torturar toros, me refiero a fomentar la lectura de Unamuno, de Pérez Galdós,
a hacer películas sobre Bécquer o sobre Góngora, series sobre Quevedo o Lope de
Vega o sobre Blas de Lezo. Todos hemos oído hablar de la derrota de Trafalgar,
pero ¿Quién ha oído hablar de la batalla del cabo de Santa María[2]? La
Historia española es ignorada, y se hace muy poco por promocionarla. La cultura
general cada vez es menos valorada. Hay que darle más importancia a artes como
la música, para que las orquestas sinfónicas que hay en España puedan nutrirse
de intérpretes españoles. Se debería dedicar presupuesto, contratando gente e
invirtiendo en material para poner a salvo los elementos culturales que día a
día se van deteriorando. Cuando queramos darnos cuenta, habremos perdido
nuestro patrimonio histórico. El pasado y la memoria se pierden más rápido de
lo que parece.
En resumen, que igual los impopulistas tienen razón, y sólo
hay extrema derecha, y no derecha a secas. Al menos en España.
Y ahora vamos con la izquierda. Procediendo igual que con la
derecha, y prescindiendo de ataques tópicos y sin entrar en si es lo bueno o
no, sino centrándonos en su definición para identificarla, se supone que para la
izquierda la clase trabajadora es lo importante y a ella debe supeditarse el
capital. Las fronteras son algo secundario. Según el nivel de profundidad al
que se aplique esta idea tendremos socialismo, comunismo o anarquismo, pero
todo ello es izquierda.
Sin embargo, la izquierda española anda en otras cosas. La
independencia de Cataluña (que no es otra cosa que crear una nueva frontera),
el lenguaje de género… todo eso son cuestiones accesorias. Lo prioritario es
aplicar políticas de creación de empleo, de devolución de derechos a los
ciudadanos, a los trabajadores, que es el pilar de la izquierda. Lo secundario
no debería ocupar mucho tiempo.
Respecto a la cuestión catalana, ¿Qué ganan los trabajadores
de una Cataluña independiente, con un PIB recortado por la corrupción autóctona
y con una sociedad civil catalana desmantelada y una clase trabajadora catalana
empobrecida, en comparación con la sociedad civil española desmantelada y una
clase trabajadora española empobrecida? Con la independencia, la izquierda no
consigue su objetivo, que es mejorar la clase trabajadora. Quienes consiguen su
objetivo son los nacionalistas catalanes.
Y con esto no digo que un territorio no tenga derecho a
plantear que pueda ser independiente. Digo que de la independencia de Cataluña
que se encarguen los nacionalistas, que para eso es su objetivo, y para eso
suelen ser de derechas, porque recordemos lo ya dicho, la defensa de las
identidades nacionales es el pilar de la derecha. La izquierda española yendo
de la mano de la derecha nacionalista de Cataluña es algo que me resulta
inexplicable, incoherente.
Para colmo si prospera una de las variantes de la
independencia, según la cual la Cataluña independiente bien podría terminar
siendo una monarquía, entonces eso ya directamente es un recochineo. Si esa
opción tuviera éxito, igual terminamos viendo pancartas con la hoz y el
martillo celebrando el nombramiento del primer monarca del Reino de Cataluña
con su correspondiente pancarta: “El Partido Comunista del Ampurdán[3], con
Artur I de Catalunya”.
Por otra parte, en aquellos casos en los que se pretenda
gestionar un partido que no sea ni de derechas ni de izquierdas, sino en el que
las personas puedan votar cada una de las opciones por separado, una viable
política asamblearia a gran escala, cosa que defiendo, entonces que se
promuevan votaciones donde todos los implicados puedan votar. Y en el caso de
la independencia de Cataluña todos los implicados son todos los españoles, es
algo así como un divorcio. Un matrimonio se divorcia si uno de los dos miembros
quiere disolverlo, no sólo si quiere irse el que tiene el privilegio de romper la unión. O mirándolo en sentido opuesto, el
matrimonio sigue adelante mientras los dos miembros así lo quieran.
Del mismo modo, España debe seguir unida mientras lo quieran
tanto Cataluña como el resto de España. Si se duda que esa unión deba seguir
adelante, por la existencia de indicios que inviten a pensar que una de las dos
partes no quieres seguir con la unión, entonces habrá que preguntarle a
Cataluña si quiere seguir unida al resto de España y también habrá que preguntar, y esto es lo que nadie
se atreve a decir, si el resto de España quiere seguir unida a Cataluña.
Porque igual sale en Cataluña que quieren seguir formando parte de España, y
que el resto de España no quiere seguir unida a Cataluña, y esto habría que
respetarlo, porque recordemos lo que dicen los nacionalistas catalanes, cosa
que comparto, el resultado de un referéndum hay que respetarlo, incluso aunque la democracia se equivoque.
En ese caso, aún con una mayoría de votos en Cataluña a favor de permanecer
unidos, la unión nacional se rompería. Esta opción es muy distinta a lo que
proponen los partidarios de la indivisibilidad de la nación, que dicen que
referéndum no, y si se convoca, debería ser en una única circunscripción
nacional, con cómputo global de ambas opciones.
Sé la respuesta estereotipo ante la propuesta que se hace en
estas líneas, y es que ese sistema no está bien porque “no se puede echar a
Cataluña como castigo o por odio”. Eso es doble moral o jugar con las palabras,
quien plantee la anterior objeción es que piensa que Cataluña puede independizarse, pero España no puede echarla. Eso recuerda a las aberrantes
leyes realmente machistas de épocas pasadas. El marido podía repudiar a la esposa, pero la esposa no
podía abandonar el hogar. No usemos
dos expresiones para un mismo fenómeno, que no es otro que la ruptura del país. Así pues, Referéndum
sobre la independencia de Cataluña ya. Referéndum
en toda España, eso sí. Y si una de las partes quiere decir adiós, pues se
disuelven los lazos históricos que han mantenido unidos a los territorios y
aquí paz y después gloria. Y partiendo de este condicionante, que los catalanes
decidan si quieren votar a partidos nacionalistas que están a favor de que se
produzca un referéndum, que de celebrarse se celebrará en toda España. Pero de
eso, insisto, que se encargue la derecha catalana, que para eso está. La
izquierda española y la catalana que se encarguen de defender los derechos de
los trabajadores españoles y catalanes.
Y aquellos partidos que pretendan no ser ni de izquierdas ni
de derechas, lo cual está bien porque implica el incremento del espectro
político, como son los partidos asamblearios, que se encarguen de defender un
modelo de participación donde en todos los asuntos de importancia puedan votar
todos los afectados, no sólo una parte de ellos. Lo que no entre dentro de los
anteriores supuestos, es incoherente.
Es posible que haya quienes piensen que “al menos la derecha
española actúa de manera coherente en este asunto porque defiende la unidad de
España”, pero a mi modo de ver, esto no es así. La derecha española, de ser
coherente defendería la unidad nacional sin odio hacía ninguna de sus partes.
Suena a chiste afirmar que “los catalanes son odiosos, no los quiero ver ni en
pintura, y por eso Cataluña debe seguir siendo española, y los catalanes deben
seguir siendo españoles”, y este mensaje es que el que destilan muchas personas
de derechas. El ejemplo más claro es el boicot a los productos catalanes. Si
sistemáticamente no compras ningún producto de allí, sea alimento, medicinas o
música, ¿para qué quieres que siga formando parte de España? ¿Para fastidiarla,
como en los culebrones donde el marido no concede el divorcio a la mujer para
así impedir que se case con otro? Cuando algo no gusta, lo normal es tratar de
expulsarlo de la vida. Retener lo que odias, no tiene sentido. Si lo odias,
déjalo marchar.
Antes de seguir con los problemas que no son de los
trabajadores, hago un pequeño inciso para hacer una predicción. Todo lo que se
comenta aquí sobre Cataluña será interpretado por la gente de derechas como que
estoy aportando excusas para romper España, a la cual dirán que odio. Por los
independentistas catalanes seré acusado de catalanofóbico, por promover la
expulsión de los catalanes. Y los lectores de izquierdas dirán que soy un
aliado del PP disfrazado bajo una careta (con ésta última al menos podré reírme
largo y tendido con todo aquel que me conozca bien).
Siguiendo con el hilo principal, todo lo dicho sobre la
independencia de Cataluña, problema que no es de la izquierda, se puede decir
de otros temas accesorios que entretienen a la izquierda. Nombres de calles,
lenguaje políticamente correcto, e hipersensibilidad a lo que molesta,
hipersensibilidad que por otra parte comparte con la derecha, parece que ambos bandos compiten por ver cuál es más
susceptible. Los problemas principales siguen sin combatirse, sigue sin haber
una izquierda que realmente se preocupe por el paro, por reindustrializar el
país con un plan quinquenal, por ejecutar una buena reforma agraria que conceda
tierras a los jornales endémicamente desempleados cuya única posibilidad de
subsistencia pasa por cobrar el PER. No hay una izquierda que quiera mantener
un Estado completamente laico, entendiendo Estado laico como aquel que no asume
ninguna religión, no que asume una religión minoritaria. Cambiar los símbolos
católicos por los islámicos no debe ser un objetivo de la izquierda. La
izquierda debe promover un Estado Laico,
con una educación laica y libre de símbolos religiosos de cualquier tipo. Hay
por supuesto cosas más importantes que la laicidad de la educación y sería
normal que no tuviera tiempo para este punto, por lo que la alternativa razonable
sería no hacer nada, es decir, no promover
que se quiten y por supuesto no promover que se añadan símbolos religiosos. Gastar
energías en luchar porque se permita que entren a los colegios otros símbolos
religiosos además de los ya imperantes es directamente una contradicción. Sin
ser tan grave, gastar energías en que retiren la misa de la televisión es una
ineficiente pérdida de tiempo, pues hay cosas más importantes. Más aun sabiendo
cómo son los casposos nacionales, que usarán eso como una oportunidad de oro
para reivindicar su casposismo. A veces parece que Pablo Iglesias y Mariano
Rajoy se ponen de acuerdo para ver lo que va a decir cada uno, y asegurarse de
que el otro va a contestar para así generar ruido en temas secundarios y
estúpidos y no dedicarle energía a temas más importantes.
O no se hace nada para dedicar las energías a problemas más
importantes, o se hace algo con la finalidad de evitar que no haya ningún signo
religioso en los colegios, y para no dejar que entre ninguno más.
Un Estado laico, por si hubiera dudas, no está reñido con el
ejercicio libre que cada persona quiera hacer de su espiritualidad, de manera
que quien quiera delegar ésta en una religión, es libre de hacerlo, y quien
quiera vivirla al margen de todas las religiones, también. Pero esta opción
debe ser eso, una opción que cada cual decida, el Estado, el patrimonio y la
administración de todos, y especialmente la educación, debe ser ajena a estas
opciones.
Otra cosa que cansa de la izquierda es su obsesión con los
temas de las minorías que ya tienen reconocidos sus derechos. El colectivo LGTB
está totalmente igualado en derechos al resto de la sociedad, así que ahora los
problemas de sus integrantes son otros. Esos derechos los reconocen las leyes
de la nación, y la mayoría de la sociedad, salvo otras minorías excluyentes,
que no son el ejemplo a seguir. El problema que tienen los gays y lesbianas no
es que no puedan constituirse como pareja de hecho o matrimonio, cosa que ya
pueden hacer, sino que una pareja de hecho de dos mujeres, por poner un
ejemplo, no va a encontrar trabajo en el que pueda ganar más de 700 euros al
mes, por-que-en-Es-pa-ña-no-hay-in-dus-tria-y-si-mu-cho-pa-ro-con-tra-el-cu-al-la-iz‑quier-da-no-ha-ce-na-da.
¡No es el heteropatriarcado, es el trabajo, estúpidos! Los objetivos logrados,
logrados están. Ahora, a reindustrializar el país para crear puestos de trabajo,
estables, bien remunerados y cualificados, como si fuerais la izquierda, y no
en lo que os habéis convertido.
Este artículo y otros más están disponibles en el ensayo "Las Falacias que nos rodean", de descarga gratuita:
[1] Hugo Chávez fue elegido presidente mediante sufragio,
en 1999, de la República de Venezuela. Donald Trump fue elegido presidente mediante
sufragio, en 2016, de Estados Unidos, considerado el más claro ejemplo de
capitalismo. Marie Le Pen es líder del partido Frente Nacional de Francia,
partido que aboga por que Francia abandone el euro. Varoufakis fue ministro de
Economía de Grecia y apostaba por una renegociación en que se tuvieran en
cuenta cuestiones humanas, hasta que fue destituido por presiones de la troika
comunitaria. Nigel Farage fue un político británico que apoyó el Brexit.
[2] La batalla del cabo de Santa María tuvo lugar en
agosto de 1780, y supuso una gran victoria sobre los ingleses. Se sugiere leer
alguna de las crónicas al respecto.
[3] La elección del PC del Ampurdán se hace con animus
iocandi, en tanto en cuanto es posiblemente la comarca más conocida de
Cataluña.