Parece que los hechos y la naturaleza han tomado el relevo de los “buenos pusilánimes”. Atrás quedaron los tiempos del bien y el mal, en el que el bien luchaba contra el mal. Ahora sólo actúa el mal, mientras el bien lo contempla mudo, absorto y de rodillas, mientras piensa: “Si hago algo contra el mal… a lo mejor se enfada… que miedo…”
Ahora no, ahora es la naturaleza la que lucha contra el Mal. Y el Mal somos todos nosotros, los buenos y los malos. Los malos por su acción, los buenos por omisión de actos (“que miedo”). Huracanes, distribución de corrientes que llevan los vertidos a la costa habitada por humanos, volcanes, terremotos… puede que no tengan nada que ver… o puede que sí. Desconocemos demasiado como para aventurar que no tenga nada que ver la pérdida de masa de los polos con un aumento de la actividad tectónica al liberarse la presión sobre una zona y aumentar en otra. O los cientos de millones de toneladas de materiales que se han sacado de la corteza terrestre. Petróleo, metales… para luego redistribuirlo según determinan las leyes del mercado, o quemarlas y echarlas a la atmósfera. Ese mercado libre en el que manda la ley de la oferta y la demanda, salvo que esa ley diga que los beneficios bancarios deben caer, en cuyo caso “siempre se puede hacer una excepción para no ser cuadriculado” y ayudar a la banca.
Desconocemos tantas cosas que podemos ver con nuestros propios ojos, pero nos ponemos a modificar genes que no podemos ver si no es con un microscopio. Menos mal que la vida, la naturaleza, se abre camino porque no le tiene miedo a los poderosos, y decide crear una variedad de amaranto que vence a los transgénicos, desafiando los tiempos medios que se calcularon que serían necesarios para que se produjera algo así. (Dios mío, el ser humano se ha equivocado por primera vez en la historia)
La evolución de la humanidad sobre el globo es similar al moho que empapa una naranja. Eso sí, los poderosos se creen poderosos, pero el magma volcánico no teme al euribor. Los cereales no temen a Monsanto. El agua del mar no teme a la Ley de Suelo, ni se detiene ante un Hotel porque su propietario “tenga buenas relaciones con la fiscalía”. La Naturaleza pondrá las cosas en su sitio, no seremos “los buenos” los que lo hagamos. Será la Naturaleza, con la ayuda de la torpeza de los “poderosos”, que no son capaces de detener las consecuencias de sus actos, aunque ellos también las sufran.
Y estos ojos que lo vean.
miércoles, 26 de mayo de 2010
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