Un año más. Una primavera más,
estamos a las puertas de volver a disfrutar los días grandes de esta nuestra
Muy Noble y Muy Leal, pero sobre todo Mariana ciudad de Sevilla. Como cada año
abrirá la Semana Santa la Hermandad de la Paz, con su Cristo de la Victoria,
que recorriendo las veredas de tierra del Parque de María Luisa, llegará para
hacer su estación de penitencia en nuestra Santa Iglesia Catedral. Por el
camino se le habrá adelantado la Borriquita, que sale después pero llega antes,
y es uno de los detalles que ignoran aquellos que desconocen los entresijos de
nuestra Semana Grande. Ambas cofradías serán iluminadas por el mismo sol. Sol
de Domingo de Ramos, sol de justicia para una Sevilla ávida de luz en su
Domingo más hermoso, tras estos aciagos últimos años de innecesarias lluvias.
Echaré de menos esas mañanas de
la infancia y la adolescencia, cuando los tambores de la Paz me despertaban a
primera hora de la mañana, antes incluso de salir la procesión, cada Domingo de
Ramos. Nada me hacía más ilusión, en mi época de estudiante, que ese vibrante
despertador dominical. ¡Cuanto echo de menos esos redobles!. Nada me despierta
ahora a primera hora del Domingo de Ramos y eso hace que los Domingos de Ramos
de ahora hayan perdido algo con respecto a los de antaño.
No os pongáis tristes por mí. Supliré
esa añoranza con el sumo placer de poder ver al Santísimo Cristo de la Sed, que
me honrará con su visita para pasar justo por delante de mi actual hogar. Como
en la leyenda, será el Cristo el que me visite a mí, aunque yo no lo necesito y
nunca he renegado de él, pues fiel a mis votos católicos, apostólicos y
romanos, sigo siendo cofrade como le era antes y lo seré mientras el Padre de
Cristo no me llame a su seno. Él será pues quien me visite, esperaré con ansia
la noche del Miércoles Santo, a esas
primeras horas de la madrugada, poco antes de que el reloj de la Sed marque las
tres de la mañana, los tambores y las trompetas inundarán de gozo mi pequeño
hogar, y serán el preludio del emocionante momento en el cual el paso de Palio
oscilará frente a mi portal, como queriendo asomarse y rozarme con su manto.
Algunos pétalos de azahar de los naranjos que jalonan mi humilde calle caerán
como cada año a su paso, que la esperan para adornar el suelo en su honor, que
yo lo sé, aunque los ateos no me creen. Incluso algunos que se dicen creyentes
no me creen cuando digo que los pétalos de los naranjos de mi calle son
cofrades, y esperan a que el palio de la Sed pase junto a ellos para caer en su
honor, a los pies de Nuestra Abogada.
Cuanta pena me dan los ateos, no
debemos olvidarnos de ellos y rezar por su conversión. Más ahora, en esta
semana. ¿Cómo comparar la visión de nuestros titulares cruzando el barrio con
salir a bailar para moverse de un lado a otro, sin ninguna dirección? Cuando un
viernes cualquiera salgo a trabajar y a veces me cruzo con impúdicos grupos de
chicos y chicas, que vuelven a casa de madrugada, embriagados por los efectos
del alcohol, vociferando risas alocadas y tarareando las canciones de zumba que
han bailado en la discoteca no puedo evitar rezar un padrenuestro por ellos:
“Señor, hazles ver que la verdadera felicidad está en contemplar tu paso a las
tres de la mañana”.
Dejemos que sea el Señor quien
provea, y volvamos a nuestra Semana Santa. Semana de renovación de tradiciones,
donde los pequeños aprenderán respetuosamente, de sus mayores, los entresijos
de las costumbres y rituales que, enmarcados por el denominador común de la Fe,
jalonarán los distintos días de la Semana Santa, cada uno con sus matices.
Desde la recogida de ramas de olivo del Domingo de Ramos, hasta el Santo
Entierro, popularmente conocida como “la Canina”, que da cierre a la semana
Santa. Todo ello pasando por supuesto por el Cristo de San Bernardo, y sus
grandes nazarenos escoltando al señor de la Salud a su paso por el puente de
San Bernardo, ese puente que no cruza el río, sino una avenida que antes era la
antigua vía del tren, y que permitió, durante décadas, que los titulares de
dicha Hermandad del barrio de los toreros pudieran hacer estación de penitencia
en la Santa Iglesia Catedral
Este año, otra vez, disfrutaré
viendo a los críos hacer bolas de cera. Volveré a fijarme en los ojos del
nazareno que vierte la cera en las pequeñas manos de los niños, aún libres de
callos del trabajo, y con almas aún libres de cicatrices de la vida. Me fijaré
en los ojos del nazareno, y seré capaz de atisbar la lagrimita de emoción que
sentirá al recordar cuando él era niño, y le pedía cera a un nazareno. No será
la única tradición que se transmitirá, un año más, de los mayores a los más
jóvenes, pero no las mencionaremos todas hoy, porque esto es un pregón, no un
tratado para volverse cofrade en la ciudad donde se llora la pasión como en
ningún otro sitio. Señores míos, a ser cofrade no se aprende en un pregón. Se
aprende en el día a día, en ese besamanos de un mes de octubre, en los quinarios
de agosto que tan cortos se hacen, escuchando los gozosos maitines de las
monjas a las cinco de la mañana, en los pasacalles de febrero que tanto
amenizan los barrios por mucho que los que vienen de trabajar se quejen al no
poder aparcar, en lugar de dar gracias al señor por tener trabajo. Pero por
encima de todo, el ser cofrade es un sentir. Aunque quisiera, no podría
explicar lo que hay que hacer para ser cofrade, porque eso es algo que no se
puede explicar con palabras.
No faltarán las borracheras de
los armaos de la Macarena. Hay quien, en su afán por sólo buscar defectos, dice
que dan mala imagen. Pero no vamos a luchar contra el viento, ni contra la
incultura y la ignorancia. Los que se autocalifican como doctos o sabios, pero
no saben distinguir un palio bordado en hilo de oro, de uno bordado en hilo de
plata con bañado de pasamanería dorada no merecen ser escuchados. Tampoco
sabrían distinguir un repujado de los talleres de Utrera, de un grabado
cordobés. Esos taimados herejes de la verdadera cultura, que adoran a los
números y la ciencia como su vellocino de oro son los que hacen esas críticas a
los armaos, ignorantes que las patrullas de
legionarios romanos, los que crucificaron a Cristo, salían de noche de
taberna en taberna a beber y emborracharse, y es a estos despreciables
elementos a quien representan los armaos. Nos hacen recordar lo demencial, lo
decadente de las borracheras indiscriminadas, preludio de la violencia, del
fornicio, de tantos y tantos pecados que están trayendo el declive a nuestra
cristiana sociedad, y que están haciendo que las tradiciones pierdan la fuerza que
tuvieron antaño en la Sevilla que se nos fue.
Qué decir del Cachorro. Si hay
una seña de identidad del Viernes Santo por la tarde, es el Cachorro pasando,
bajo un abrasador sol, por el Puente de Triana. Año tras año, siempre bajo el
mismo sol. Perfección Sevillana y Trianera, ya quisieran los suizos con sus
relojes ser capaces de hacer una chicotá de justo 60 segundos en honor del
Ilustrísimo Juan García, que este año cumple una década como Hermano Mayor de
Santa Genoveva, y ya quisieran los mismos suizos con sus chocolates tomarse
unos churros regados con la cálida y dulce bebida en los puestos que en estos
días se ponen en el Prado de San Sebastián, allá donde no hace tantos años se
celebraba la Feria de Abril, antes de que ésta, cantando y cruzando el puente,
se fuera para Triana sin dejar de ser de Sevilla.
No puedo evitar, en este momento
tan señalado, acordarme del ya tristemente fallecido Manolo Estébanez, el que
fuera Diputado de Tramo de la Soledad de San Buenaventura el año que Lola
Benitez, la canastera del arenal, le cantó aquella irrepetible saeta a la
titular de la susodicha Hermandad. Tuve ocasión de compartir pupitre y lápices
con su sobrino nieto Juan, y más de una vez me invitó a compartir con su
sobrino las sillas de palco que, año tras año, renovaba con ceremoniosa
exactitud. Cuanto aprendí de ese hombre sabio, aún conservo con sumo cariño el
esquema que esbozó, usando un Llamador como soporte, para indicarme el mejor
sitio para ver recogerse al Gran Poder y disfrutar del resplandor del sol en
los azulejos de su Iglesia Anfitriona, sin ser deslumbrado por éstos. Escrito a
lápiz, aparenta estar borrándose tras casi cuarenta años, pero realmente sostiene
una encarnizada lucha con el tiempo que todo lo corrompe. Todo, salvo los
desinteresados consejos de un experto cofrade.
Termino ya el pregón, y no se me
asusten ustedes, que ya sé que no he hablado de la noche más larga, con el
permiso de la noche de Reyes. Y es que el plato más sabroso lo dejo para el
final. Esa noche de emociones encontradas, donde con contraste de las solemnes
procesiones de silencio y quinario, las dos Esperanzas relumbrarán con el
arropo de sus respectivos barrios, de sus populares y típicos barrios que han
sido enseña y bandera de la imagen de Sevilla allende no sólo Andalucía sino
incluso España. Una noche donde dolor y consuelo, tristeza y alegría, cansancio
y recogimiento se dan la mano para unirse bajo los arreboles de la alborada más
mágica, porque el Hijo de Dios ha muerto, lo hemos matado y es por eso que
tenemos que expiar nuestros pecados. Por nuestra culpa, por nuestra gran culpa
murió el Hijo de Dios, y Sevilla le hace el mejor homenaje que puede: dedicarle
nuestra madrugada para contemplarlo con respeto, sin perjuicio de jalear con
alborozo y esa alegría que nace del agradecimiento a su Madre, la Virgen que
todo lo puede y que es nuestra valedora.
Señoras y caballeros. En esta
Semana Santa, salgan a las calles a ver a Jesucristo por nuestras calles.
Déjense inundar de incienso los pulmones, sientan el vibrar de los tambores
hasta el mismísimo tuétano de nuestros pecadores huesos, sepan percibir la
hermosa aleatoriedad de las naranjas caídas al suelo, intactas algunas y otras
no tanto, fruto del pasear de reuniones cofrades, y no se empeñen en ver ese
lado malo del peligro de un posible resbalón al pisarlas, abran los ojos a los
sentidos, y sepan disfrutar incluso de las bullas, que todo tiene su lado
bueno. Y sobre todo, si quieren dejar atrás por un momento el sentimiento religioso
y disfrutar de una buena cerveza o un buen vino en el bar más cercano a la
hermandad de su barrio, relájese unos minutos y disfruten otra cosa más que
sólo tenemos aquí. La posibilidad de saborear de la sangre de Cristo mientras
éste procesiona, a la luz del mismo sol que alumbró a San Pedro.
Que la fe sea con vosotros,