El otro día tuve un pensamiento un poco raro o friqui. Caí en la cuenta de que casi todas las nacionalidades, profesiones, grupos sociales... tienen chistes asociados.
Hay chistes de abogados, de ingenieros, de mariquitas, de borrachos, de padres, de niños pequeños, de informaticos, de leperos, catalanes y vascos, de gitanos y guardias civiles, de feos, de vacas, cerdos y perros, de coches y aviones, de rubias y negras...
Pero hay un colectivo sobre el que, que yo sepa, no se ha hecho nunca un chiste. Y caí en la cuenta de que este colectivo es, posiblemente, el más respetado en todas las sociedades. Humilde, tradicionalmente pobre, con el sufrimiento anclado en la piel... Sólo pronunciar su nombre se anticipa un respeto que su imagen convierte en admiración.
Me refiero a los pescadores.
¿Alguien conoce algún chiste de pescadores? No, ¿verdad? Ni lo habrá nunca... espero. No es la de pescador una profesión de risa.
Dura como pocas, mal pagada, en la que dispones de poco tiempo para estar con la familia, cuantos han muerto en un temporal más preocupados mientras se hunden en el agua por el futuro de su familia que por su inminente muerte.
Aquellos que admiren esta dificil profesion, vean este video de una canción portuguesa que tiene unos magistrales primeros planos de pescadores, destacando asimismo la expresión de lamento de la anciana no se sabe si ante un luctuoso suceso o sencillamente temiendo la partida de alguien.
Está en portugués, pero creo se entiende más o menos. Trata sobre eso, sobre la dureza del mar, y es un homenaje a los pescadores.
http://es.youtube.com/watch?v=MSIGWEcR5Dc
De chaval veraneba en Chipiona, cuando aún era más un pueblo pesquero que de veraneo. Por las madrugadas, sobre las seis y algo o antes, me solían despertar los motores de gasóil de las barquitas que zarpaban del cutrecillo pero añorado puerto pesquero para adentrarse en la mar. Ese lejano, grave y monótono ruido, acompañado del suave oleaje del ruido del mar, es uno de los sonidos más agradables que he oido nunca para despertar. Me gustaba, cuando esto pasaba, asomarme al balcón y ver las tímidas siluetas de las barcas a la luz de la incipiente mañana, que a esas horas tenían todas color negro. A esas horas, todos dormían menos los pescadores y yo... y quizá alguién más con la extraña afición de levantarse dos horas antes que cuando vas al colegio para ver cómo zarpan unas viejas barquitas. Pero eso nunca llegaré a saberlo.
Hay chistes de abogados, de ingenieros, de mariquitas, de borrachos, de padres, de niños pequeños, de informaticos, de leperos, catalanes y vascos, de gitanos y guardias civiles, de feos, de vacas, cerdos y perros, de coches y aviones, de rubias y negras...
Pero hay un colectivo sobre el que, que yo sepa, no se ha hecho nunca un chiste. Y caí en la cuenta de que este colectivo es, posiblemente, el más respetado en todas las sociedades. Humilde, tradicionalmente pobre, con el sufrimiento anclado en la piel... Sólo pronunciar su nombre se anticipa un respeto que su imagen convierte en admiración.
Me refiero a los pescadores.
¿Alguien conoce algún chiste de pescadores? No, ¿verdad? Ni lo habrá nunca... espero. No es la de pescador una profesión de risa.
Dura como pocas, mal pagada, en la que dispones de poco tiempo para estar con la familia, cuantos han muerto en un temporal más preocupados mientras se hunden en el agua por el futuro de su familia que por su inminente muerte.
Aquellos que admiren esta dificil profesion, vean este video de una canción portuguesa que tiene unos magistrales primeros planos de pescadores, destacando asimismo la expresión de lamento de la anciana no se sabe si ante un luctuoso suceso o sencillamente temiendo la partida de alguien.
Está en portugués, pero creo se entiende más o menos. Trata sobre eso, sobre la dureza del mar, y es un homenaje a los pescadores.
http://es.youtube.com/watch?v=MSIGWEcR5Dc
De chaval veraneba en Chipiona, cuando aún era más un pueblo pesquero que de veraneo. Por las madrugadas, sobre las seis y algo o antes, me solían despertar los motores de gasóil de las barquitas que zarpaban del cutrecillo pero añorado puerto pesquero para adentrarse en la mar. Ese lejano, grave y monótono ruido, acompañado del suave oleaje del ruido del mar, es uno de los sonidos más agradables que he oido nunca para despertar. Me gustaba, cuando esto pasaba, asomarme al balcón y ver las tímidas siluetas de las barcas a la luz de la incipiente mañana, que a esas horas tenían todas color negro. A esas horas, todos dormían menos los pescadores y yo... y quizá alguién más con la extraña afición de levantarse dos horas antes que cuando vas al colegio para ver cómo zarpan unas viejas barquitas. Pero eso nunca llegaré a saberlo.
Por las mañanas a mi madre le pedía, en lugar de que me comprase chucherías, que me llevara con ella de compras al mercado, lo que pocas veces sucedía, pues cuando lo hacía me pasaba la mañana preguntando el nombre de cada pescado, y me ponía a mirar a los hombres que cargaban y descargaban las cajas de pescado, y a las mujeres que los limpiaban con una habilidad manual que despertaba en mí un entusiasmo que no provocaban los jugadores de futbol.
En general todo el mercado me gustaba, también los puestos de quesos, de frutas... pero sobre todo los de pescado. Era enorme la variedad de peces que se podían ver cuando Chipiona era más pesquera que veraneante. Ya de adulto he ido y la cosa ha cambiado mucho.
Aún hoy el olor del pescado (si es fresco, claro) me resulta agradable, me infunde recuerdos de entusiasmo infantil...
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